Detrás del video viral hay un dato simple: la dignidad no compite con la seguridad. Puedes salvar la cara y perder la vida; puedes “ganar” un hueco y perder una póliza, el trabajo o la libertad si hieres a alguien. Y para los que miran el clip y concluyen “ese es cubano”: el mismo día un “americano” le cruzó el auto a alguien en Kendall; un “francés” se bajó a gritar en la 826; un “noruego” dejó pasar a dos carros con un gesto amable. La etiqueta explica poco. El comportamiento, todo.
La familia sigue aferrada a la esperanza de reencontrarse con el gato de nombre Finn y reitera que entregará la recompensa a quien brinde información que permita traerlo de regreso a casa.
Cuatro historias que, aunque distintas, se entrelazan en el mismo escenario: Miami, donde un policía y un reportero, figuras supuestamente vinculadas al orden y la verdad, terminan enredados en delitos que cuestionan su ética y credibilidad.
Lo de Jorge Lázaro y Elaine no solo son victorias personales: son también una señal de que, con estrategia legal y perseverancia, es posible abrir grietas en un muro que parecía infranqueable.
Este lamentable incidente representa una pérdida tangible para la memoria colectiva de la comunidad cubanoamericana en Miami. Más allá del patrimonio físico, desaparece un rincón donde convergían historias, sabores y recuerdos.
Entre la aplicación estricta de la ley a quienes cometieron delitos graves y la indefensión de quienes alegan persecución política, los cubanos siguen atrapados en un laberinto migratorio que no ofrece salidas claras. Y estos casos lo demuestran
La violencia con armas de fuego en Estados Unidos sigue dejando capítulos de horror en la historia estadounidense. El tiroteo ocurrido este miércoles en...