El mismo Estado que en Santiago de Cuba difundió falsas muertes por “alumbre” presume en La Habana de investigar penalmente a directivos de El Toque. Entre la desinformación en medio de una crisis de agua y la fabricación de enemigos mediáticos, queda al desnudo el verdadero rigor informativo oficialista.
En Las Cruces, el problema se ha vuelto un símbolo del sálvese quien pueda: válvulas manipuladas, vecinos que se organizan por su cuenta, otros que quedan fuera del reparto de facto y una comunidad entera dependiendo de que “alguien abra nuestra válvula” para ejercer un derecho tan básico como abrir la pila y encontrar agua potable. Mientras tanto, los días siguen sumando.
Tras el azote del huracán Melissa por el oriente de Cuba, el país se mueve en dos planos que parecen no tocarse. En uno, la ONU anuncia un plan de 74,2 millones de dólares y aterriza en Santiago de Cuba con 4,375 lonas para hogares sin techo. En otro, madres como Yurisleidis Remedios se graban desde barrios de Santiago para denunciar que “nos estamos muriendo de hambre”, que las morgues “están colapsadas” y que, pese a las donaciones anunciadas, en sus neveras no hay nada y en sus cocinas solo queda leña.
Por eso los nombres de Yoleidy Ayarde, Pepo, y de Abel Corrales no deben perderse en el ruido de la semana. El primero, arrastrado según testigos por un río crecido en Jaraueca; el segundo, vulnerable por su demencia y extraviado en Guisa. Ambos necesitan lo mismo: búsqueda formal coordinada, canales abiertos de información y una comunidad que siga alerta sin sustituir la labor de rescate. Si este año enseña algo, es que la movilización del barrio puede salvar vidas, pero no debería ser la única red de seguridad.
Mientras continúan las tareas de rescate y la solidaridad ciudadana se organiza por múltiples vías, la prioridad debería ser localizar al protagonista —sin invadir su privacidad— para canalizar apoyos concretos: vivienda, enseres, alimentos, medicinas. La buena noticia, repetida por quienes conocen la zona, es que el hombre está vivo. Y la lección, para todos, es nítida: en medio del lodo y el rumor, la verdad también hay que rescatarla.
Que la entrevista anunciada no sea su último testimonio, sino el punto de inflexión para corregir a tiempo. Nadie está pidiendo que se reescriba la historia: basta con estar a la altura de ella. Porque detrás de cada medalla colgada en una pared hay una vida real, y no hay título que valga si, cuando llega el silencio, esa vida queda sola.
En los comentarios que acompañan ambos decesos se repiten tres ideas: sin medicamentos básicos, con cuerpos debilitados por la mala alimentación y con mosquitos proliferando en aguas estancadas, el riesgo se multiplica; la atención llega tarde, cuando ya los signos de alarma son ineludibles; y la comunicación pública, al rehuir la palabra dengue, desactiva los reflejos de prevención comunitaria. Mientras no se nombre el problema, insisten los vecinos, no habrá plan creíble para frenarlo. Hoy, en Moa y en Palma Soriano, el vacío que dejan Dannita y Elsa Ivis es la prueba más dolorosa de esa omisión.
Mientras se espera una confirmación institucional, la prioridad —coinciden las alertas— es no enfrentar al sospechoso y notificar a la policía con datos precisos de lugar y hora. En casos que involucran a menores, la urgencia de una respuesta rápida y transparente es doble: por justicia y por prevención.
la madre en Santiago de Cuba solo pide lo esencial: saber si su hijo está vivo y dónde está. Entre la marea de comentarios y conjeturas, la verificación en fuentes oficiales y la mediación de personas en EE. UU. pueden transformar una súplica en una respuesta.