Más allá de cada expediente, los hilos que cosen estas historias son evidentes: predominio del arma blanca, demoras o ausencia de ambulancias y patrullas, calles a oscuras, cansancio vecinal ante la sensación de que muchos agresores salen pronto o ni siquiera entran. En esa mezcla de miedo y desgano, los teléfonos móviles se vuelven herramienta de denuncia y memoria. Es la comunidad la que está documentando, a contrarreloj, una violencia que el Estado tarda en reconocer y que, mientras tanto, define la vida diaria en demasiados barrios de Cuba.
Este juicio marca un aniversario de tensión no sólo entre la juventud habanera y el Estado, sino también sobre la gestión cultural y el derecho a espacios públicos. La sentencia enviará un mensaje claro, pero el debate sobre prevención y oportunidades culturales apenas comienza.