Si algo deja claro el parte de esta semana es que el país no enfrenta un brote aislado, sino una crisis encadenada que exige decisiones extraordinarias, datos abiertos y cooperación real para impedir que el verano sanitario se prolongue hasta el invierno.
El colapso hospitalario no es un fenómeno aislado. Lo que ocurre en Cienfuegos se replica en Villa Clara, Holguín y Guantánamo, donde las ambulancias escasean y los entierros improvisados se vuelven habituales. La crisis sanitaria se entrelaza con un brote epidémico —posiblemente de dengue o leptospirosis— que el gobierno evita reconocer. Médicos cubanos en redes alertan sobre hospitales sin antibióticos, sin oxígeno y sin electricidad durante horas críticas.
En los comentarios que acompañan ambos decesos se repiten tres ideas: sin medicamentos básicos, con cuerpos debilitados por la mala alimentación y con mosquitos proliferando en aguas estancadas, el riesgo se multiplica; la atención llega tarde, cuando ya los signos de alarma son ineludibles; y la comunicación pública, al rehuir la palabra dengue, desactiva los reflejos de prevención comunitaria. Mientras no se nombre el problema, insisten los vecinos, no habrá plan creíble para frenarlo. Hoy, en Moa y en Palma Soriano, el vacío que dejan Dannita y Elsa Ivis es la prueba más dolorosa de esa omisión.
La familia de Brianna, todos profesionales de la salud, ha visto cómo su conocimiento médico no basta frente a la falta de insumos y tecnología. Durante años, han recurrido a la ayuda del exilio para conseguir desde sprays bucales hasta kits hidratantes que alivien el dolor. Ahora, gracias a la articulación de cubanos dentro y fuera del país, el sueño de una cirugía definitiva está a pocos pasos de cumplirse.
La solución real no está en las cáscaras, está en el presupuesto, en la ciencia, en el control vectorial, en la transparencia, en el abasto. Movilizar fumigación constante, revisar aguas, eliminar criaderos, formar comunidad. Todo lo que nunca va incluido cuando el discurso oficial propone aromatizar el humo.
La muerte de la bebé en Matanzas —atribuida por testigos a “una bacteria”, aún sin confirmación oficial— ocurre mientras crece el clamor por datos verificables: qué patógenos están circulando, cuántos casos graves y fallecidos hay, qué recursos faltan y qué acciones concretas toma la autoridad sanitaria para descomprimir terapias y proteger a los más vulnerables. En un escenario de hospitales saturados, transparencia y protocolos pueden hacer la diferencia entre el miedo y la confianza, entre la rumorología y la información que salva vidas.
Según los mensajes difundidos por vecinos y familiares, el menor —alumno de 8vo grado— se descompensó en horario de clases, presentó convulsiones y fue trasladado de urgencia al policlínico Andrés Ortiz, donde sufrió un paro y falleció. La identidad del niño no ha sido divulgada públicamente; quienes lo conocían lo ubican como residente del reparto La Lima, a pocas cuadras del centro escolar.
Mientras la institución se aplaude, los propios usuarios introducen la posdata incómoda: sin recursos, no hay milagros sostenibles. El heroísmo cotidiano del personal no puede seguir siendo el plan operativo. Si los pasillos del Cuerpo de Guardia están abarrotados, el primer “más” que necesita Cienfuegos no es otro post triunfalista de "Las Cos(it)as de Fernanda, sino un calendario concreto para vaciar esos pasillos, abastecer las salas y devolver al hospital su condición de espacio seguro, digno y funcional. Porque la salud pública no se mide por consignas: se mide por camas disponibles, agua, insumos y vidas salvadas sin necesidad de hacer magia.
“No hay muertos, porque los muertos solo le duelen a quienes los pierden”, escribe, con amarga ironía, desmintiendo así las declaraciones del Ministro de Salud Pública, y las de las máximas autoridades del Partido Comunista de Cuba y el Gobierno en la provincia, recogidas como papagayo oficialista amaestrado por el Periódico Girón.
En la avalancha de testimonios hay diferencias de tono —desde la indignación frontal hasta la crítica propositiva—, pero converge un hilo conductor: el reclamo de acciones visibles y sostenidas que ataquen las causas inmediatas de la transmisión. La lista se repite: recogida diaria de desechos, control de salideros y fosas, fumigación intradomiciliaria sistemática, abatización, protección a escuelas y ancianos, y abastecimiento básico de medicamentos y diagnósticos.
Quienes estén en condiciones de salud aptas para donar deben acudir al banco de sangre u hospital más cercano con su carné de identidad y mencionar que la donación es para Leandro Sánchez (indicar el nombre completo en admisión). En Cuba, de forma general, se aceptan donantes entre 18 y 65 años, con peso igual o superior a 50 kg, sin fiebre, infecciones recientes ni tratamientos antibióticos o procedimientos invasivos de las últimas semanas. Personas con enfermedades crónicas no controladas o embarazadas suelen quedar excluidas. Ante dudas, el personal sanitario realiza una evaluación rápida en el sitio.
Sin aventurar diagnósticos, los testimonios apuntan a un cuadro compatible con enfermedades transmitidas por mosquitos y cuadros gastrointestinales asociados a agua no segura. En contextos así, las recomendaciones comunitarias básicas son: eliminar criaderos (vaciar recipientes y charcos en patios y azoteas), usar repelente y mosquiteros, potabilizar el agua (hervirla cuando sea posible) y buscar atención médica ante fiebre sostenida, vómitos persistentes, decaimiento extremo o signos de deshidratación, especialmente en niños y embarazadas. Vecinos de Matanzas insisten en hidratarse y evitar automedicarse cuando se sospeche dengue, a falta de indicación profesional.
La nota más dura del post de la comunicadora no fue sanitaria, sino cívica. Apunta al “hábito” de resolver cada trámite cargando con una planta eléctrica, de comprar jeringuillas “en el particular”, de conseguir “una bolsita de suero” por la izquierda. Esa normalización de la escasez —sostiene— perpetúa el problema y deja a los más vulnerables (niños, ancianos, embarazadas) sin red. En paralelo, lectores señalan que parte del personal de Salud también está enfermo, lo que tensiona aún más los servicios.
El fallecimiento de profesionales de la salud activa siempre una memoria reciente: guardias compartidas, visitas domiciliarias, rehabilitaciones largas que culminan en alta, discusiones clínicas donde se acuerdan rutas de tratamiento y, sobre todo, esa conversación final con el paciente en la que un médico transmite calma. La ausencia de la Dra. Zunilda Torres en el hospital “Nachón” y la del Dr. Luis Madrazo en su red de consultorios deja espacios difíciles de llenar porque, además del servicio, dejan un modo de estar en el trabajo: la ética de la escucha y la constancia.