El 30 de noviembre de 1960, la vaca Rufina entró en la historia de Cuba y de la carrera espacial de los Estados Unidos. Su muerte aportó 2 millones de dólares netos a la causa del gobierno de Fidel Castro, con apenas dos años en el poder, beneficiándolos más que los miles de litros de leche que pudo haber producido en vida la más famosa vaca Ubre Blanca, la cual tampoco gozó del funeral de estado que se le organizó a Rufina, la mártir cósmica.
El día fatal, Rufina pastaba tranquilamente en la campiña de la actual provincia de Holguín, entonces Oriente, sin tener la más mínima idea de que el cohete estadounidense Thor DM-21 Ablestar despegaba de Cabo Cañaveral con el objetivo de poner en órbita el satélite Transit 3A, como parte de la apresurada estrategia de la nación norteamericana para equipararse a la adelantada Unión Soviética que estaba pronta a poner un ser humano en órbita alrededor del planeta.
Mientras ascendía a través de la estratosfera, la nave fue víctima de un fallo catastrófico y explotó. Sus pedazos se precipitaron de vuelta a la Tierra, y algunos cayeron sobre territorio cubano, donde se andaba nacionalizando todas las empresas estadounidenses y tensando las relaciones entre ambos gobiernos.
Parte del fuselaje del Thor DM-21 impactó exactamente sobre Rufina, quien murió al instante, hecho que fue calificado por el joven Primer Ministro Fidel Castro como un “ataque cruel y violación del espacio aéreo de Cuba”, y de inmediato convocó una marcha de unos 250 campesinos y sus vacas frente a la Embajada de los Estados Unidos en La Habana. Sí, vacas. Vacas con pancartas que rezaban “Eisenhower, asesinaste a una de mis hermanas” y “Los yanquis nos están matando sin piedad”, a una semana de la muerte de Rufina.

Este sería el primer y muy bizarro antecedente de la protección animal en Cuba, aunque con motivos puramente políticos. Décadas después, jóvenes activistas por los derechos de los animales alzarían otros carteles ante las sedes de Zoonosis y del Ministerio de la Agricultura, para protestar por otras tantas muertes cuya responsabilidad no se podría acreditar a un accidente cósmico.
A la vez, Fidel Castro se apropió del motor del cohete, que también aterrizó en territorio nacional de la isla y lo vendió con premura al gobierno de la Unión Soviética. Los vectores de empuje, otra pieza clave del vehículo, fue comprado por China para desarrollar sus misiles balísticos y parearse con las dos grandes potencias mundiales en pugna.
Las ganancias cubanas por el accidente se incrementaron aún más con el pago de una indemnización estadounidense de 2 millones de dólares a Cuba por el deceso de Rufina, ante el estado de opinión internacional que se creó alrededor del hecho, y contra la fracasada carrera espacial del país norteamericano. Rufina contribuyó con su vida a la prosperidad del gobierno, y fue adecuadamente despedida con honores de Estado, enaltecida como mártir de la patria. Se extraña que no existan escuelas, CDR, bodegas, carnicerías o estadios que lleven su nombre, enalteciendo su memoria.


















