Reportan en redes sociales el fallecimiento de varios cubanos como consecuencia de accidentes de tránsito

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En distintas provincias del país, familiares, amigos y vecinos han reportado en redes sociales la muerte de jóvenes cubanos en hechos asociados a la circulación vial. Las publicaciones, escritas con la urgencia y el desgarro del momento, coinciden en los detalles esenciales: choques o caídas en moto, traslados que no alcanzan a concretarse, discusiones sobre responsabilidades y un hilo de condolencias que se extiende sin pausas. Aunque las autoridades no han emitido partes oficiales sobre estos casos, el eco comunitario permite trazar un mapa del dolor y, también, de las preguntas que quedan sin respuesta.

El primer caso tiene como protagonista a un muchacho al que muchos llamaban Pochi, y que otros recuerdan como Pocho. Entre los mensajes de duelo hay quien lo nombra como Yariel y quien lo despide con diminutivos familiares: “mi pocholín”.

La noticia llegó en forma de confesión íntima: “esto es algo que todavía no me creo”, escribió una pariente que lo consideraba parte de su familia. Pronto, la pared de comentarios se convirtió en un velorio virtual. Algunos preguntaron qué había sucedido; la respuesta se fue precisando a golpes: “lo chocaron y murió al momento”, escribió una usuaria.

Otra persona añadió un dato que abrió dudas sobre si hubo una segunda víctima: “la muchacha también murió”. Pero segundos después, otra voz desmintió la versión de la pasajera fallecida: “no, el muchacho iba para su casa en el motor”. No hay claridad total sobre la mecánica del siniestro ni sobre la posible intervención de otros vehículos, pero sí un consenso: fue un accidente de tránsito y la muerte fue inmediata. El resto del hilo son plegarias y recuerdos: “siempre te recordaremos”, “EPD”, “qué injusta la vida”. El duelo, en esa comunidad, encontró palabras de consuelo y una certeza amarga: lo que se fue era joven y deja un hueco.

El segundo caso sí llega con un nombre y apellido que se repite en varias publicaciones: Yasmani Galano Rodríguez.

Lo despiden amigos de la infancia, compañeros de la escuela y familiares que lo definen como un muchacho “lleno de vida”. En un mensaje especialmente conmovedor, el autor le habla en segunda persona y recuerda la vida compartida “por la vía no formal”, con días buenos y malos, e incluso la cercanía de un cumpleaños que hoy solo se puede celebrar a medias, entre lágrimas y memoria. Cuando alguien pregunta “¿qué pasó?”, la respuesta es directa: “un accidente”.

Hay desconcierto y hay detalles que van emergiendo a partir de los interrogantes, pero el trazo grueso no cambia: una muerte en la carretera, otra vida joven interrumpida. En los muros de varios amigos se repite el mismo guion de consternación: “no me lo creo”, “qué dolor tan grande”, “Dios lo tenga en su gloria”.

La noticia ha corrido tanto que, ante la creciente cadena de “EPD”, otra persona intenta introducir una nota de orden: “choferes, cuídense un poco más y precaución en la vía”. Es un llamado sencillo, acaso insuficiente, pero que intenta rescatar una lección en medio del golpe.

El tercer caso proviene de un grupo comunitario de Pinar del Río dedicado al intercambio sobre piezas de motos AX100. Allí, un usuario publicó de forma anónima que un joven había sufrido un accidente en la autopista durante carreras de motos y que llegó sin vida al “hospital nuevo” y publicó una foto del presunto fallecido.

Este caso revela una diferencia con relación a los dos casos anteriores, y es que aunque varias personas confirmaron conocer al muchacho y lamentaron la pérdida, otras afirmaron que la publicación es falsa, un patrón que se revela en estos grupos cuando un participante anónimo postea sobre la muerte de alguien y pone una foto del presunto fallecido, a modo de «chiste». A diario alguien lo hace, provocando el desconcierto y el dolor entre quienes conocen a la presunta «víctima».

Sin embargo, la descripción de lo presuntamente sucedido, movió la discusión hacia ese terreno áspero pero necesario: el de las carreras clandestinas, la responsabilidad individual y la responsabilidad institucional.

Varios internautas afirman que esta publicación es falsa. Sin embargo, el post atrajo una discusión interesante acerca de las carreras clandestinas en la isla.

Alguien pidió “mano dura” de las autoridades para frenar las carreras en vías públicas y dijo lo que muchos temen: el que busca la muerte, la encuentra. Otro, en cambio, propuso una salida que en su momento funcionó en más de un municipio: “si se organizara un evento el último domingo de cada mes, como en El Salado, Las Palmas o San Nicolás de Bari, por el INDER, todo fuera un deporte”.

La idea no excusa las imprudencias, pero recuerda que el vacío de regulación empuja estas prácticas a la clandestinidad, y que la clandestinidad multiplica los riesgos. Entre los comentarios aparecen también advertencias a los más jóvenes —“la moto es la muerte, no corran”— y la voz de una madre que, por experiencia propia, reza todos los días por los motoristas porque tiene un hijo que conduce. Es, en suma, una conversación atravesada por el dolor, el miedo y la búsqueda de una prevención que no solo dependa del consejo tardío.

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