Quien observa con atención el video del interrogatorio a Damián Valdés Galloso, encuentra en sus gestos más información que en sus palabras. No es necesario que diga mucho: el rostro, los ojos, los parpadeos, el ritmo de su respiración – si pudiera sentirse tras el lente – son suficientes para sugerir un estado de tensión interna difícil de ocultar. Y es precisamente ese nivel de disonancia entre lo que se dice y lo que el cuerpo hace lo que ha llevado a muchos —incluso sin formación profesional o detectivesca— a concluir que está mintiendo.
A estas alturas todo el mundo sabe de qué estamos hablando y por qué estamos hablando así. Mucho material ha divulgado la policía de Miami en relación al caso; entre ese material, video que muestra al cantante llegando a la casa y siendo baleado.
Sin embargo, más allá de las evidencias – y es justo decir que el rostro del disparador no se ve en los videos de vigilancia – si nos enfocamos en las imágenes del interrogatorio recién divulgadas, hay elementos más que suficientes para concluir que Damián Valdés Galloso miente.
Desde la psicología del comportamiento, uno de los signos comúnmente asociados al engaño es el desvío de la mirada antes de emitir una respuesta. No porque mirar a un lado implique mentir, sino porque ese gesto puede indicar que el cerebro está fabricando o controlando una narrativa.
En el caso de Damián, este patrón se repite de manera llamativa: desvía la mirada brevemente, como si necesitara apartarse de la presencia del otro para sostener su versión. El movimiento no es torpe ni exagerado, pero es constante. Y eso, en el contexto de un interrogatorio, levanta una bandera roja.
Más notorio aún es su parpadeo: una serie de cierres y aperturas de ojos muy rápidos, casi automáticos, que aparecen justo cuando está tratando de explicar o responder algo. Ese parpadeo acelerado ha sido estudiado en psicología como un posible reflejo del aumento en la carga cognitiva o emocional. En otras palabras, el cuerpo reacciona ante el esfuerzo que implica sostener una mentira, o ante el estrés de no poder decir la verdad.
Ahora bien, cualquier análisis gestual serio parte de un principio fundamental: los gestos, por sí solos, no son pruebas. Ese parpadeo también puede ser efecto del insomnio, de la fatiga visual, o de un tic nervioso.
Lo mismo el desvío de la mirada: algunas personas lo hacen por timidez, incomodidad o simplemente porque están procesando información. Pero cuando se repiten ciertos gestos, siempre en momentos delicados, y se suman a una conducta evasiva más general, el lenguaje corporal deja de parecer casual.
En el caso de Damián Valdés Galloso, los gestos no lo condenan ni lo condenarán, sino las pruebas. Y aunque en el interrogatorio policial, y en el análisis posterior sobre lo que dijo, estoy seguro que no pasó desapercibido, lo que le incrimina no es que él haya dicho que iba con dos o tres; o que él se fue para atrás y luego sintió el disparo, si no que los videos de vigilancia, a los que ya la policía había tenido acceso y obraban en su poder mientras lo interrogaba, muestran que «El Taiger» se paró solo en la puerta de su casa. Que no iba acompañado.
Teresa, la manager, ha arremetido contra él diciendo que lo dejó tirado solo como un perro. Todavía muchos se preguntan qué hubiese sucedido si, en lugar de dejarlo abandonado a un costado del Jackson, efectivamente lo hubiese llevado a la sala de emergencias. Probablemente se hubiese salvado el cantante. A lo mejor no. Lo que sí está claro es que esa diferencia entre haberlo abandonado y llevarlo, será crucial en el juicio que enfrentará Damián Valdés Galloso por la muerte del cantante cubano.





