Después de años de rumores y especulaciones, Gilbertman, uno de los nombres más controversiales del reguetón cubano, volvió a ser visto en libertad en las calles de La Habana. Las imágenes del artista —que llevaba casi una década tras las rejas— comenzaron a circular esta semana en redes sociales, reavivando la curiosidad y el debate en torno a su historia.
La cuenta de farándula Un Martí To Durako fue una de las primeras en publicar las fotografías del cantante, conocido fuera del escenario como Gilberto Martínez Suárez, de 39 años. En las instantáneas se le ve sonriente, con un teléfono móvil de última generación en la mano, lo que muchos interpretaron como prueba de que su libertad no es reciente.
“Claro que está libre, el único que no sabía eso eras tú, él está libre hace raaaato, yo lo vi en la pista”, comentó un usuario. Otro ironizó: “Claro que está libre… Nada más tienes que ver el iPhone”.
El músico había sido arrestado en enero de 2015, tras ser detenido por la policía y trasladado a Villa Marista, sede de la Seguridad del Estado. Las acusaciones incluían una larga lista de delitos: corrupción de menores, prostitución, posesión de armas y drogas, y enriquecimiento ilícito. Un año después, el Tribunal Provincial de Ciudad de La Habana lo condenó a 17 años de prisión por cargos de lavado de activos, falsificación fiscal, evasión de impuestos, sustracción de electricidad, privación de libertad y actividad económica ilícita.
Antes de su caída, Gilbertman había disfrutado de una vida de lujos. Emigró a la Florida en 2004, donde amasó una fortuna en negocios supuestamente relacionados con la falsificación de tarjetas de crédito y robo de identidad, según documentos judiciales de la época. En 2013 regresó a Cuba y retomó su actividad musical. Al año siguiente lanzó los videoclips “No hay break” y “No le creas”, junto al reguetonero Damian, trabajos que consolidaron su imagen de figura excéntrica dentro del género urbano cubano.
Su arresto en 2015 marcó el final abrupto de esa etapa. La mansión que poseía en Guanabacoa, símbolo de su ascenso meteórico, fue confiscada por el Estado y transformada en un hogar de acogida para niños sin familia. Mientras tanto, el gobierno de Estados Unidos reclamó su extradición, buscando que enfrentara los cargos pendientes en ese país.
Durante los años de silencio, el nombre de Gilbertman nunca desapareció del todo. En foros y páginas de farándula se especulaba constantemente sobre su posible salida y sobre el trato preferencial que habría recibido por su fama. Sin embargo, hasta ahora no existía confirmación visual de su libertad.
La reaparición del reguetonero —que algunos consideran un talento desperdiciado y otros, un símbolo de los excesos de la escena urbana— revive viejas preguntas sobre los límites entre el éxito, la ilegalidad y la redención.
Diez años después, Gilbertman vuelve a caminar las calles de la capital. Nadie sabe si planea retomar la música o mantenerse lejos del foco público. Lo cierto es que su regreso despierta más curiosidad que celebración. Entre la intriga y la memoria, su nombre sigue dividiendo opiniones: para algunos, una advertencia; para otros, una historia aún por cerrar.





