La influencer conocida como Flor de Cuba volvió a encender las redes con un video en el que, con tono irónico y sarcástico, pronuncia una defensa explícita de un papel femenino delimitado al cuidado de enfermos y la cocina, y deja en evidencia un desconocimiento histórico que hoy provoca más que sonrisas.
En la grabación, subida a su cuenta y rápida y profusamente comentada, por ejemplo, en el perfil de Facebook del periodista José Luis Tan Estrada, Flor de Cuba dirige su respuesta a los hombres que en publicaciones mayoritariamente apolíticas por parte de ella, insisten en exigirle que hable de la “libertad de Cuba”. Más allá de esa tendencia siempre cansina de los hombres de imponerle a las mujeres lo que deben decir y cómo, su mensaje, sin embargo, no solo responde al reclamo público sino que reitera una tesis que muchos califican de machista y anacrónica que, en boca de ella, mujer, no la deja muy bien parada.
En su intervención la influencer dice, entre otras cosas, que “nosotros lo que más podemos hacer es cuidar a los enfermos y preparar la comida y los alimentos” y que, en todo caso, las mujeres podrían encargarse solamente de introducir “un mensaje secreto” camuflado entre flores o vestidos, fingiendo inocencia para entregar la información. “Fuera de ahí no podemos hacer más nada, eso está en las manos de ustedes, que son los hombres valientes”, agrega en un pasaje que fue tomado por buena parte de la audiencia como una consigna de resignación y, para otros, como un elogio explícito de la pasividad femenina.
La polémica crece cuando Flor de Cuba sitúa temporalmente a mujeres más cercanas a los cubanos en el tiempo, en la “manigua” del siglo XIX y, sin complejos, empareja figuras históricas que pertenecen a tiempos distintos.
En el video incluso llega a poner en paralelo a Antonio Maceo con Vilma Espín, un desliz cronológico que desnuda, más allá del machismo del mensaje, un mapa de ignorancia histórica que varios comentaristas no han pasado por alto. Tampoco hay en su pronunciación ninguna mención a mujeres combatientes concretas —la influencer omite, por ejemplo, referencias a figuras femeninas que sí participaron en luchas independentistas como es el caso, por ejemplo y muy notable, de la capitana Isabel Rubio— y eso alimenta la sensación de simplificación histórica: las mujeres reducidas a vendas y sopas, los hombres a la épica y la guerra.
La reacción en redes fue rápida y dividida. Entre quienes aplaudieron el tono burlón de Flor de Cuba hubo también quien celebró su denuncia de actitudes masculinas que piden “libertad” desde la comodidad del teclado. Pero la mayoría de las respuestas vertió críticas duras: activistas, historiadoras y usuarias comunes señalaron el peligro de naturalizar un papel subordinado para las mujeres en pleno siglo XXI. “No es sólo una postura conservadora; es una versión de la historia que borra a las mujeres protagonistas y les niega agencia”, escribió una seguidora que se identificó como docente.
El argumento de que la mujer “solo puede curar y cocinar” repite un esquema patriarcal que fue combatido por cientos de mujeres a lo largo de la historia cubana, muchas de las cuales asumieron papeles directos en campañas y acciones que la oralidad popular y las narrativas oficiales suelen subestimar. En ese sentido, el emparejamiento anacrónico entre Maceo —símbolo de la guerra mambisa del XIX— y una líder revolucionaria del siglo XX como Vilma Espín solo subraya el problema mayor de la pieza: la mezcla de postureo mediático con ignorancia histórica.
Más allá de la polémica de fondo, el video expone otra cuestión: la responsabilidad de las figuras públicas que, con audiencias amplias, reproducen ideas que calan. Si el discurso se presenta como juego irónico, la ironía —en este caso— funciona como una coartada para revivir estereotipos. Lo que para unas puede haber sido un chiste, para otras es una reafirmación de roles que siguen teniendo consecuencias concretas en el acceso al trabajo, la visibilidad política y la memoria colectiva.
Flor de Cuba, que ha construido su marca en la red sobre materiales que van de lo cotidiano al comentario social ligero, parece haber tocado aquí un punto sensible. No se trata solo de un tropo: la insistencia en relegar a la mujer a la cocina y la enfermería suena esta vez fuera de lugar porque la sociedad cubana, como muchas otras, arrastra debates sobre paridad, representación y memoria histórica. La falta de mención a mujeres que participaron en las luchas independentistas —y la colocación errónea en el mismo plano temporal de figuras como Maceo y Espín— ha sido entendida por muchos como una afrenta doble: una ofensa a la historiografía y un gesto de invisibilización de las mujeres en la acción política.
En el hilo de comentarios se alternaron condenas y defensas, reproches por la falta de rigor y justificaciones basadas en el humor. Algunos seguidores le recordaron a la influencer que su popularidad conlleva responsabilidad; otros, más indulgentes, apelaron a la libertad de expresión y a la posibilidad de que el clip sea una provocación deliberada. Sea cual sea la intención, la lectura pública hasta ahora parece clara: hay quien advierte que la “disertación” de Flor de Cuba deja peor parada a su profesora de Historia que a sus críticos.
La discusión no promete apagarse rápido. En una época en que las redes funcionan como arena pública, el episodio sirve para poner en primer plano un viejo debate que vuelve con energías renovadas: qué historias contamos, quiénes las cuentan y con qué autoridad. Mientras tanto, la grabación circula, se comparte y se analiza, y la influencer —que en otros momentos ha cosechado aplausos por contenidos menos polémicos— enfrenta ahora la tarea de explicar si hablaba en serio, en broma o, acaso, si supo medir las consecuencias de su propia retórica.





