Denuncian que críticos feroces de los reparteros, son los que los aprueban como cantantes

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En un giro que ha sacudido el panorama musical cubano, se ha desatado una controversia en torno a la coherencia de ciertos músicos consagrados que, tras criticar públicamente el género urbano conocido como «reparto», habrían participado en la aprobación oficial de artistas de este estilo para integrarse a la Agencia Cubana de Rap.​

La polémica ha surgido a raíz de una publicación en redes sociales de Rayner Palacios Elers, quien compartió su asombro al descubrir que figuras como Germán Velazco y Joaquín Betancourt, reconocidos músicos y críticos del reparto, formaron parte de la comisión evaluadora que otorgó avales a exponentes de este género en 2023.​ Joaquín Betancourt, Premio Nacional de Música 2019 y figura destacada del jazz cubano, ha sido homenajeado recientemente en el Festival Jazz Plaza 2024 por sus 50 años de carrera artística

«Cosas que nunca entenderé», expresó Palacios Elers, señalando la aparente contradicción entre las críticas públicas de estos músicos y su participación en la validación oficial de artistas como Bebesito, Payaso x Ley, Maxwell, Charly y Joh, y Ja Rulay.​

Y añadió otras consideraciones no menos interesantes.

El reparto, una variante del reguetón con fuerte arraigo en los barrios cubanos, ha sido objeto de debate en espacios como la Mesa Redonda, donde se ha cuestionado su valor artístico y su influencia en la cultura nacional.​ La controversia ha generado un amplio debate en redes sociales, donde se cuestiona la coherencia de los criterios de evaluación artística parece plantear, a los ojos de muchos, la necesidad de revisar los mecanismos de validación institucional en el ámbito musical cubano.​

Lo que está ocurriendo con el reparto – su rechazo y posterior aceptación – no es nuevo; es un «déjà vu» que se repite cada vez que una expresión musical popular irrumpe en el espacio cultural cubano sin pasar por los filtros «correctos». Y sí, el caso de Baby Lores es un ejemplo perfecto: un artista formado, con condiciones vocales, con conocimientos musicales, que decidió adentrarse en el reguetón y, por eso mismo, fue vilipendiado, ignorado, y hasta satanizado por ciertos sectores académicos y oficiales que no perdonaron esa “traición” al canon. «El Baby» sigue ahí, y la misma música también. Y con más fuerza y nuevas variantes.

Entonces, ¿es legítima la censura del reparto? La respuesta es no. No lo fue con la rumba, ni con el rock, ni con el rap, ni con la trova. Y tampoco lo es ahora. La historia musical cubana está llena de capítulos en los que lo que hoy se considera “patrimonio” fue ayer reprimido, perseguido o, en el mejor de los casos, ninguneado. De hecho, muchos géneros populares nacieron en la marginalidad o en la resistencia, y ganaron espacio a fuerza de conectar con la gente, no con los burócratas del arte, de los que lamentablemente pululan en el Ministerio de Cultura de Cuba y llevan por apellido Ortega o Jacomino.

Lo verdaderamente escandaloso de esta situación no es que se critique el reparto (cada quien tiene derecho a opinar sobre lo que le gusta o no como bien expresa Rayner), sino que aquellos que lo atacan con dureza son los mismos que terminaron ahora por necesidad y oportunismo, las puertas institucionales. Aquí el problema no es la crítica, es la incoherencia, el doble rasero, la falta de transparencia en los procesos de evaluación artística.

¿Y cómo se mide el valor de un músico? ¿Por la aprobación de una comisión oficial? ¿O por la conexión con su público? ¿Por el nivel técnico o por la emoción que genera? Estas preguntas siguen sin respuesta clara en Cuba, porque el sistema cultural —especialmente el oficial— sigue atrapado entre el control político y el elitismo académico.

Al final, el reparto puede gustar más o menos, pero negar su existencia, su alcance o su legitimidad como expresión cultural es no entender la función social del arte. Como bien dijo Rayner Palacios en su post: «Tú eres profesional en la música, cuando el cliente le gusta lo que haces, y paga porque le des un show». Y ese “cliente”, ese pueblo que consume, baila, canta y vive el reparto, está dando una evaluación más clara y honesta que cualquier comisión.

Lo que queda en evidencia aquí no es solo la hipocresía de algunos, sino una estructura cultural obsoleta, que aún no sabe cómo convivir con la diversidad de la Cuba real.

La historia del reguetón y su derivado, el reparto, en Cuba ha estado marcada por la censura y la estigmatización desde sus inicios. Intelectuales vinculados al oficialismo, como Abel Prieto y Enrique Ubieta, utilizaron plataformas como La Jiribilla y La Calle del Medio para criticar duramente estos géneros, calificándolos de «marginales» y «vulgares».​

El caso de Elvis Manuel, joven reguetonero que falleció trágicamente en el mar intentando llegar a Estados Unidos, simboliza la desesperación y falta de oportunidades que enfrentaban estos artistas en la isla. Su música, aunque popular entre los jóvenes, fue ignorada por las instituciones culturales oficiales. ​

La implementación del Decreto 349 en 2018 intensificó la censura, al exigir permisos previos para presentaciones artísticas y prohibir contenidos considerados «sexistas, vulgares u obscenos», afectando directamente a los artistas urbanos. ​

Recientemente, se ha observado un intento del gobierno cubano por integrar a reguetoneros en su política cultural, posiblemente motivado por razones políticas y económicas. Sin embargo, este cambio ha sido criticado por su falta de coherencia, especialmente cuando figuras que antes censuraban estos géneros ahora participan en su aprobación oficial.​

Llama la atención que, recientemente se efectuó en La Habana una reunión en la que participó Lis Cuesta, desde su carácter no de estudiosa, sino de FI$CALIZADORA EN JEFE del Ministerio de Cultura, donde se intentó entronizar definitivamente las bases para esta apropiación del género por intereses meramente políticos y económicos, visto además el rechazo masivo a declaraciones que en Miami se hicieron en contra de El Taiger tras su muerte y por el concierto de Bebeshito. En dicha reunión, la Primera Dama que no es Primera Dama aseguró que Edesio Alejandro y Digna Guerra, eran los encargados de aprobar estos cantantes. Una semana y X días después de esa mentirosa declaración de Cuesta Peraza, Edesio moría desafortunadamente en Madrid.

La censura del reguetón y el reparto en Cuba ha sido una constante, marcada por contradicciones, giros abruptos y cambios de postura, que reflejan las tensiones históricas entre el control cultural oficial y la expresión artística popular. Pero también pone sobre la mesa un viejo conflicto: el rechazo de los establecidos frente a lo nuevo, lo emergente, lo que nace en la calle y no en los conservatorios.

Ese enfrentamiento se manifiesta en frases repetidas hasta el cansancio como: “no son músicos de academia”, “eso no es música, es ruido armado en una computadora”, o el clásico “todo es autotune”. Con estos argumentos se ha intentado restarles legitimidad a los artistas urbanos, colocándolos en una categoría inferior, como si la autenticidad musical solo pudiera nacer del papel pautado, del pentagrama y de una licenciatura artística.

Pero la realidad –una que incomoda a muchos– es que estos artistas, que no pasaron por el ISA ni por la ENA, sí pasaron por el oído, el corazón y la pista de baile del pueblo. Son populares, generan tendencia, convocan multitudes, logran millones de reproducciones, cruzan fronteras. Y lo hacen con música hecha en casa, con programas digitales, con beats sencillos pero potentes, con letras que, nos gusten más o menos, conectan con el barrio, con la gente común, con la realidad social.

Reducir todo ese fenómeno cultural al uso del autotune es no entender el fenómeno. Es como haber rechazado en su época a los DJ por no tocar instrumentos, o al rap por no tener melodías. Lo que hay aquí es un cambio de paradigma musical, uno que incomoda a quienes por años se sintieron dueños del prestigio artístico en Cuba.

Y es que el reparto –como antes el reguetón, el rap, el rock, la rumba, o la nueva trova– no pide permiso para gustar. Gusta y ya. Esa es su credencial. La gente lo baila, lo canta, lo espera. Lo defiende. Aunque desde arriba digan que “no tiene valor”. Aunque los artistas de cuello y corbata lo miren por encima del hombro. Porque en el fondo, lo que molesta no es solo el autotune, ni las letras explícitas, ni la falta de conservatorio. Lo que molesta es que se han colado, que se han metido en el sistema sin pedirle permiso al sistema. Y que, para colmo, han conquistado al público, desviándolo de otros espacios, con la consecuente pérdida económica para los «establecidos» y «estudiados».

Y eso, el sistema, y aquellos que incluso no se sienten parte de él, pero terminan haciéndole el juego o alineándose, no lo perdona fácil.

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