Después del «Tylenol, el autismo y Cuba», llega una encuesta made in USA: ¿es mejor vivir en el socialismo?

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Tras el ruido que dejó la frase “no hay Tylenol y casi no hay autismo en Cuba”, otro anuncio mediático puso a la isla en el centro del debate: un sondeo nacional entre universitarios de cuatro años en Estados Unidos sugiere que casi la mitad valora mejor los modelos socialistas —mencionando a Cuba y a la antigua URSS— que el capitalismo estadounidense.

El dato, divulgado por el New York Post a partir de una encuesta realizada para el William F. Buckley Institute de Yale, habla de 46% de apoyo a la afirmación de que “aunque no son perfectos, países socialistas ofrecen un mejor modelo económico”; 39% discrepa y 15% no está seguro. Eso sí, cuando se les pregunta dónde preferirían vivir, el grupo se inclina ligeramente por el capitalismo (40%) frente al socialismo (36%). ¿Qué raro, verdad?

Un titular fácil diría que “es mejor vivir en Cuba”, pero lo que realmente refleja el sondeo es un cambio de percepciones entre estudiantes sobre economía, política y campus. Entre quienes se identifican como liberales, 58% opta por el socialismo como “mejor modelo”, mientras 63% de conservadores reafirma el libre mercado. La directora del instituto, Lauren Noble, considera que estos números son una alerta sobre el estado de la educación superior y la cultura cívica en los campus.

Más allá de la comparación simplista, el estudio trae otros indicadores inquietantes: casi 4 de cada 10 estudiantes dicen que la violencia puede justificarse para impedir expresiones de odio, y cerca de la mitad ve adecuado interrumpir a oradores en el campus. Esas cifras riman con tendencias detectadas por otras mediciones recientes sobre libertad de expresión universitaria, aunque con metodologías distintas, como las de la organización FIRE, que ha documentado un aumento sostenido en la disposición a “parar” discursos por la fuerza.

Conviene, sin embargo, leer la letra pequeña. El propio reporte periodístico consigna que se trata de una muestra en línea de 820 alumnos (del 5 al 14 de septiembre), basada en voluntarios que se auto-seleccionaron para participar, lo que invita a prudencia a la hora de extrapolar.

Aun así, los resultados son un termómetro del ánimo estudiantil, que llega en un septiembre caldeado por la controversia presidencial sobre Tylenol, autismo y Cuba, tesis que la OMS y especialistas han desmentido por falta de evidencia causal. Es decir: mientras una parte del debate público importó un mito sanitario a la conversación, otra parte de los jóvenes está revalorizando —al menos en el plano declarativo— sistemas que asocian con mayor protección social.

¿Significa esto que los universitarios creen que “es mejor Cuba”? No necesariamente y… ¡ni lo crean! El sondeo solo mide percepciones sobre modelos económicos y clima de ideas, no evalúa aprendizajes, calidad docente o resultados escolares en la isla. Pero sí retrata un momento: desconfianza hacia el statu quo, simpatía por estructuras con promesa de derechos sociales, y un ecosistema académico en tensión sobre los límites del disenso.

Ahí, Cuba funciona más como símbolo que como diagnóstico educativo. El debate que importa —para Cuba y para Estados Unidos— no es de consignas, sino de datos y de cómo traducirlos en políticas que mejoren la vida real de la gente.

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