Con autotune preciso y talento escaso, Ferrante y Bebeshito se nutren del eco colonial del aplauso ajeno

Havana
algo de nubes
27.2 ° C
27.2 °
27 °
74 %
3.1kmh
20 %
Vie
29 °
Sáb
30 °
Dom
30 °
Lun
28 °
Mar
27 °

La frase del productor italiano que colocó a un repartero por encima de Celia Cruz y Benny Moré no es solo una provocación: revela una herida histórica en la cultura cubana, un cálculo mediático y un silencio que dice más que mil canciones.

Cuando un italiano dice que Bebeshito es más grande que Celia y el Benny… y no se responde como se debe.

La afirmación de Roberto Ferrante —productor y director de Planet Records— de que Bebeshito es “más grande que Benny Moré y Celia Cruz” tiene a toda una comunidad divida entre los que la critican y los que se burlan, pero no se puede leer solo como una provocación aislada. Este es un episodio que encaja perfectamente en una larga historia cultural de validación externa que atraviesa a la sociedad cubana desde hace años, décadas, siglos. Un patrón que explica por qué tantas veces hemos necesitado que alguien de fuera nos diga quiénes somos, qué vale lo nuestro y hasta cómo debemos sentir orgullo por ello.

El fenómeno tiene raíces antiguas, pero en tiempos recientes ha tenido momentos muy concretos. En los años 80, la llegada de la comunidad cubanoamericana a la isla —tras años de separación política y social— vino acompañada de una especie de reeducación del gusto material barato como si fuera lo mejor del mundo. No era raro escuchar que “Charlie” era el mejor perfume del planeta; que Jordache fuera la mejor marca de Jeans (o Lee, o Levis que en buena lid sí que lo eran o podían serlo); o que “Avon” fabricaba el jabón más fino jamás producido. Eran marcas comunes en cualquier supermercado barato de Estados Unidos, pero en Cuba adquirieron un aura de lujo absoluto porque venían con el sello de lo que estaba “afuera”.

La historia se repitió en los años 90, cuando el turismo se abrió como salvavidas económico tras el colapso soviético. Los hoteleros españoles desembarcaron con promesas y llaves, y detrás vinieron oleadas de italianos que encontraron en la isla un lugar para explotar el exotismo tropical y la miseria a partes iguales. Muchos de esos nuevos “inversionistas” eran comerciantes que en su país apenas habían tenido éxito o ninguno, pero en Cuba se convertían en “empresarios” con carteras de negocios imaginarias y deudas en sus tarjetas de crédito.

En esa época, el Estado, a través de la Cámara de Comercio, no actuaba como motor del talento y el emprendimiento local como ahora simula hacerlo con las Mipymes que le conviene, sino como anfitrión complaciente. Se abría de par en par a cualquier extranjero que llegara diciendo tener empresas o proyectos, mientras a los cubanos de a pie se les imponían barreras burocráticas y políticas. En ese terreno fértil para la simulación se asentó una cultura que validaba aún más como real lo que era falso o inflado, y que miraba con más respeto lo que venía de fuera que lo que se gestaba en casa. En una unidad de la PNR, por ejemplo, valía más la palabra de un extranjero que dijera que la jinetera le había robado, que la de ella diciendo que el extranjero la había forzado.

Ese esquema no ha perdonado a la música. En la actualidad, el desarrollo tecnológico y las redes sociales han permitido fabricar artistas desde la nada. Se puede afinar la voz más desafinada, vestirla de escenografía digital, darle un relato y lanzarla al mercado con estrategias que priorizan el ruido mediático sobre el talento real. Casos como el de Seidy la Niña —capaz de proclamarse heredera legítima de Celia Cruz o de asegurar que tiene “mejor trasero que Jennifer López”— ilustran cómo, entre declaraciones altisonantes y un buen manejo del show, se puede llenar un teatro como el Flamingo, aunque el talento vocal sea cuestionable.

Lo peor no está en lo dicho: sino en el por qué lo dijo y cómo, como comunidad cubana, reaccionamos a lo dicho.

En ese contexto, Ferrante ha encontrado en Bebeshito el producto ideal: un artista que no genera escándalos de drogas ni violencia, que no es favorecido físicamente, mestizo, y que desde Cuba conquista a una novia bella, sexy, blanca, residente en Miami. Un perfil que evita el ruido político, encaja en la narrativa del romance transnacional y se presta para ser un producto vendible tanto en la isla como en el exilio. Detrás de este fenómeno, algunos ven una estrategia para desplazar el protagonismo de figuras más críticas del sistema, como Gente de Zona, y centrar el interés del exilio en la música repartera, el chisme o la farándula, en lugar de en el debate político sobre Cuba.

Así, palabras más, palabras menos, lo resume el diseñador y activista Julio Llopiz-Casal, al poner la lupa sobre el otro componente clave de esta historia: quién es Ferrante y cómo opera. Una reflexión que valida la tesis anteriormente escrita y sobre la cual pudieran existir miles de opiniones.

“Roberto Ferrante controla una parte importante del mercado de la música pop hecha en Cuba por dos razones fundamentales: tiene visión comercial y es italiano, es decir… no es cubano”, escribió el artista y crítico. Llopiz recuerda que, en la Cuba secuestrada por el castrismo, los negocios lucrativos en el terreno simbólico y cultural casi siempre han estado en manos del propio Estado o de extranjeros que pasan filtros de “confiabilidad y complicidad”. Los cubanos que han logrado tener algún negocio lo han hecho por casualidad, como testaferros o vinculados a la estructura política.

Llópiz hace referencia a ejemplos como el de Giangiacomo Feltrinelli explotando la imagen del Che de Korda (leer artículo de Cubanet al respecto), o la presencia legal de la galería italiana Galleria Continua en La Habana —cuando a un cubano no se le permite abrir su propia galería—. Ferrante, que lleva trabajando con música cubana desde 1997, no escapa a esa lógica: ha sabido posicionarse como operador central de un sector, manejar reparteros con alcance y entender que una frase como la que dijo sobre Bebeshito no solo iba a provocar indignación, sino que lo colocaría en el centro de la conversación mediática y en la mira de los algoritmos de Internet.

Que Ferrante crea o no que Bebeshito está por encima de Benny Moré y Celia Cruz es casi irrelevante aquí, por el momento. Lo importante es que sabe que la exageración es rentable: lo hablarán bien y mal, pero lo hablarán. Sabe que en el ecosistema actual, donde las redes sociales dictan la agenda y los picos de visibilidad se traducen en oportunidades, un “disparate” calculado puede rendir más que una campaña entera de promoción.

Pero… ¿por qué Ferrante dice lo que dice? La respuesta, probablemente, no sea tan simple como un arrebato de admiración desmedida. Es posible —y aquí entramos en el terreno donde las fuentes se dividen— que él ni siquiera lo crea. Al menos dos personas muy cercanas al productor italiano coinciden en que Ferrante no se cree lo que afirmó sobre que Bebeshito es más grande que Benny Moré y Celia Cruz. Ambas sostienen que, en realidad, esa frase pudo ser un cálculo frío: decirlo sabiendo perfectamente el ruido mediático que generaría.

Una de esas fuentes llega más lejos: plantea que el famoso “chat” donde se lee la frase tal vez no sea un mensaje auténtico a Bebeshito, sino un texto inventado por el propio Ferrante, una especie de autoprovocación para detonar la conversación. En otras palabras: el equivalente contemporáneo a lanzar un titular incendiario y luego sentarse a ver cómo arde la pradera.

No es solo una frase provocadora: es el retrato de un país que ha aprendido a callar, a reírse o a mirar para otro lado cuando tocan su memoria cultural.

En esta hipótesis, el contexto – lo que abordábamos al inicio y permítaseme el uso de las negritas que usaré – sí que importa. Ferrante no es cubano.

No creció, tampoco, escuchando a Celia Cruz a escondidas, como tantos en la isla durante el silencio oficial que intentó borrarla. No bailó de niño con un disco de Benny Moré en casa, no heredó de sus padres o abuelos el peso simbólico de esos nombres. Para él, Celia y Benny son iconos culturales de una industria que conoce y respeta, sí, pero cuyo significado íntimo para el cubano de a pie no tiene la misma textura. En ese sentido, ultrajar —o al menos minimizar— su memoria no le supone el mismo conflicto emocional que a alguien nacido y criado en Cuba.

Por eso la otra pieza de este rompecabezas es más grave: la respuesta de Bebeshito, o más bien su ausencia. Él sí es cubano. Él sí creció —o pudo haber crecido— en la tradición musical que elevó a Celia y al Benny a un pedestal indiscutible. Él sí debería sentir, en la piel y en la memoria colectiva, lo que significa decir que alguien los supera. Y, sin embargo, su reacción se desconoce. Es probable que le diera un “me gusta” a la publicación de Ferrante para quedar bien con el hombre que lo lanzó al estrellato. Su manager. Ninguna declaración, ningún matiz, ningún guiño que tomara la broma y la devolviera con inteligencia, ni un mínimo gesto de distancia frente a una afirmación que muchos consideran una ofensa. Pudo hasta haberle contestado: «Compadre, gracias, pero no aprietes». O un «¿qué te fumaste? jajaja», tirado a bonche. Pero ni eso. Cuando no se piensa, nada se dice.

Ahí es donde se conecta esta segunda parte con lo que decíamos antes: Bebeshito se proyecta como un cantante y nada más. Nada más ajeno a un ser social, a alguien preocupado por su identidad y por su tiempo. Su figura pública no parece sentirse obligada a responder a este tipo de declaraciones (provocaciones), ni siquiera con una sonrisa irónica. Es un artista que no está interesado en liderar una conversación cultural más allá de su repertorio, y Ferrante lo sabe. Sabe que no habrá un pronunciamiento que matice, que enfríe o que eleve el debate.

Ferrante también sabe que la reacción del público seguirá un patrón ya probado. Algunos cubanos se ofenderán —sobre todo los más conectados con la herencia musical y la memoria cultural—, otros se burlarán, reduciendo el episodio a un chiste de redes, y la mayoría lo dejará pasar con indiferencia. La tendencia de “no me preocupa nada que no sea lo mío o los míos” es un terreno fértil para que afirmaciones como la suya florezcan y se consuman en el ciclo rápido de la farándula digital.

En este clima, incluso un agravio a la memoria de Celia Cruz o Benny Moré no alcanza a provocar una acción colectiva sostenida. No habrá un rechazo multitudinario, no se organizará un boicot real, no se articulará un movimiento para pedirle cuentas a Ferrante o a su artista. La indignación, cuando aparece, se disuelve en el flujo constante de noticias, chismes y videos virales. Y ese es, probablemente, el cálculo más certero que hace Ferrante: en cuestión de días, la frase dejará de ser un escándalo y quedará como una anécdota rentable en términos de visibilidad.

Esta indiferencia no surge de la nada. Forma parte de un desgaste social acumulado durante décadas, en el que los símbolos nacionales se han usado y abusado hasta perder, para muchos, su capacidad de unir y movilizar. También responde a una cultura mediática que premia la controversia efímera y que ha convertido a la provocación en un recurso de marketing casi obligatorio. Ferrante, con su experiencia en la industria y su conocimiento del mercado, sabe que en el algoritmo actual, “más grande que Celia Cruz y Benny Moré” es una frase que multiplica menciones, clics y reproducciones, y que el costo emocional para él es prácticamente nulo.

Para Bebeshito, en cambio, el costo es distinto aunque no lo asuma. No es solo la validación de una exageración, sino la oportunidad perdida de definirse frente a su público como algo más que un intérprete. Su silencio lo ubica en una posición pasiva, como si no le correspondiera defender un legado que, aunque él no lo interprete en su música, forma parte del tejido cultural del que se alimenta toda la música cubana. Pero de su público mayoritario, pasivo por excelencia, indiferente ante lo demás, desconocedor de lo que es un ser social, no le importará lo más mínimo.

Al final, ¡qué triste!, lo que queda no es solo una frase polémica, sino una radiografía del momento cultural cubano: un extranjero con la habilidad de agitar las aguas sin riesgo personal, un artista local que elige no asumir el papel de portavoz de su propia herencia, y un público que, entre el cansancio y la fragmentación, no reacciona más allá del comentario puntual en redes.

Ferrante puede que no se crea lo que dijo. Puede que ni siquiera lo haya dicho de verdad. Pero lo lanzó, lo puso en circulación, y obtuvo exactamente lo que buscaba: atención. Y mientras la memoria de Celia Cruz y Benny Moré queda al margen de este juego, convertida en moneda de cambio para ganar minutos de tendencia, seguimos viendo cómo la música cubana se convierte, demasiadas veces, en escenario de batallas que poco tienen que ver con su valor artístico y mucho con la capacidad de generar ruido en un mundo donde el ruido es poder.

noticia relacionada: Ferrante dice que Bebeshito es “el más grande artista cubano de todos los tiempos”

¿Quieres reportar algo?

Envía tu información a: [email protected]

Lo más leído

Quizás te interese

Envíos a CUBA desde → $1.79 x LBENVÍA AQUÍ
+