En Santa Clara, basta decir “Misifú” para que aparezca una estampa: el hombre menudo, hiperactivo, que recorría el dugout con una mezcla de chispa y disciplina, recogiendo bates, soplando ánimos, robando señas con picardía y gritando sus frases que hoy son memoria oral del Sandino.
Su nombre es Roberto Jiménez. No fue pelotero, pero su figura terminó tan asociada a Villa Clara, Las Villas y hasta con los Azucareros, que cuesta contar la historia reciente del béisbol en las provincias centrales sin mencionarlo. Medios y cronistas lo recuerdan como un símbolo de ese estadio, el Sandino de Villa Clara, y de varias generaciones de equipos naranjas.
El cumpleaños reciente de Jiménez reactivó ese cariño: en redes circuló una foto reciente donde se le ve sonriente, junto a Landy “La Potencia”, con mensajes que lo llaman “maestro de los cargabates” y “alegría del Sandino”.
El post de DPorto reseña lo esencial: Misifú fue durante años el cargabates carismático de Villa Clara, Las Villas y Azucareros, una presencia que trascendió los límites del terreno porque construyó una relación directa con la afición. La imagen de hoy confirma que sigue siendo el mismo personaje entrañable al que la gente saluda por la calle como si fuese una estrella más del line up.
Esa condición de “leyenda sin uniforme” no surgió de la nada. Los relatos coinciden en que Jiménez estuvo más de tres décadas ligado al equipo, convertido en talismán de serie tras serie en el Estadio Augusto César Sandino, casa de los Naranjas y epicentro de la “Furia Naranja”. La mística del Sandino —y del equipo— ayuda a entender por qué la ciudad adoptó a Misifú como propio: era parte del ritual, de la liturgia beisbolera que se enciende cuando el diamante bulle en Santa Clara.
Su historia reciente también habla de resistencia. En 2023, un perfil de Play Off Magazine lo retrató ya mayor, caminando a diario hacia el centro de Santa Clara para vender cajas y ganarse la vida, mientras aficionados le seguían reconociendo en la calle. El texto subrayaba lo que muchos sienten hoy al ver su foto actual: que la comunidad beisbolera —dentro y fuera de Cuba— ha sostenido mejor la memoria de Misifú que las instituciones, y que hay figuras del deporte que merecen tributos más concretos que un aplauso a destiempo.
El retrato que circula ahora, compartido por páginas de aficionados y por cronistas que lo tratan como patrimonio sentimental, opera en dos planos. El primero es el del festejo: el hombre sigue ahí, reconocible, con esa estampa suya de comentar el juego aun cuando ya no corre por el dugout. El segundo es el del recordatorio: la cultura beisbolera de Villa Clara se hizo con héroes visibles —Pestano, Paret, Borrero—, pero también con personajes que engrasaban el engranaje invisible del club. Roberto Jiménez, Misifú, pertenece a esa segunda estirpe: la que convierte una función modesta en marca de identidad.
Quizá por eso la foto de cumpleaños emociona tanto. Porque no muestra solo a un ex cargabates, sino a un archivo viviente del Sandino y de la pelota en Cuba. En ella, el presente y la memoria se dan la mano. Y Villa Clara —esa ciudad que mide el tiempo por Series Nacionales— se mira en el espejo de uno de sus rostros más queridos. A Misifú lo sostiene el coro de siempre: los que lo vieron barrer el banco, limpiar los bates, murmurarles a los lanzadores, gritar “¡Remolca, remolcador!” a Ariel Borrero, y ahora le dicen “felicidades” como a un familiar cercano. Leyenda es exactamente eso: seguir siendo, aun cuando el juego terminó hace rato.
pd: En la Serie Nacional, el nombre Azucareros se usó (representando a la antigua provincia Las Villas) desde la temporada inaugural 1961–62 hasta 1963–64; fue reemplazado por Granjeros en 1964–65 y luego volvió a utilizarse hasta 1976–77. Tras la reestructuración provincial de 1977, la franquicia pasó a competir como Villa Clara (Naranjas) en la Serie Nacional, mientras que en las Series Selectivas el conjunto regional se llamó Las Villas (por ejemplo, campeón en 1978). Dado que Misifú comenzó con Eduardo Martín como cargabates en el año 1978, entró ya cuando se llamaba Las Villas, y no Azucareros. Aún así, porque en el habla y en la memoria popular, un año suele confundirse con otro, erróneamente se le situa como cargabates con los Azucareros, pero no. Eso sí, fue «casi, casi».





