¿Adiós al nasobuco en Cuba?

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Hace menos de 48 horas que fue aprobada oficialmente en Cuba la no obligatoriedad del uso del nasobuco —mal llamado por muchos “nasabuco”— o mascarilla en los espacios públicos, apostando definitivamente por la responsabilidad personal para prevenir el contagio por la Covid-19.

Durante alrededor de dos años, esta pieza se convirtió en otra prenda de ropa más para los cubanos, que debieron dedicar dineros para adquirirla en sus más diversas variantes, desde los de confección artesanal hasta los más industrialmente sofisticados. Otro elemento que determinaría las diferencias sociales entre los habitantes de la isla, incapaces muchos de pagar los altos precios que se solicitaban por los seguros KN-95, o incluso por muchos de factura casera pero de precioso terminado.

Los precios del nasobuco en Cuba llegaron a sobrepasar los 100.00 pesos cubanos en el mercado informal, ante la casi nula existencia de ofertas estatales de estos productos. La promocionada fábrica cubana de mascarillas nunca funcionó, apenas ahora se habló de sus primeras producciones, que ya no se pueden colocar en casi ningún mercado ni cubano ni foráneo. Ni las instancias del MINSAP los solicitaron.

Apenas en tiendas en MLC se encontraban paquetes de mascarillas desechables, y en algunos pocos espacios. La mayoría de los nasobucos se adquirían de personas particulares que se anunciaban en los grupos de compraventa de a inucTelegram o WhatsApp, o en establecimientos privados. La ley cubana rigió hasta el lunes 30 de mayo de 2022 el uso obligatorio de algo que no podía ser provisto a plenitud por el gobierno.

Aunque el lunes en la noche muchos cubanos comentaban y celebraban la nueva medida dictada por el MINSAP, el martes 31 amanecieron las calles cubanas llenas de rostros embozados. Quizás más que otras veces.

Muchos cubanos que decidieron salir al espacio público con la nariz y la boca “legalmente” descubiertas, comentaron en las redes sociales la inusual cantidad de ciudadanos que aun usaban las mascarillas, aunque fuera como inútiles “hamacas de papada” —la mascarilla sosteniendo la mandíbula, sin cubrir en lo absoluto el rostro— o como “bucos”, con la imprudente nariz sobresaliendo por encima del borde superior, en acto de inútil simulación; mera e incómoda formalidad que inutilizaba cualquier función protectora y preventiva del dispositivo.

La rutina y la inercia, al parecer, pudieron más que la “orden liberadora”. Dos años no se sacuden en dos horas, ni siquiera en un día. El decreto oficial sobre la relajación de esta disciplina impuesta ante las olas de contagios que sobre todo durante 2021 batieron todo el territorio insular —acercándose muchas vedes a los 10 000 contagios diarios, según las cifras oficiales ofrecidas—, quizás olió más a sospecha que a alivio.

¿De verdad ya podemos salir así, si nada en la cara, a las calles? quizás fue la pregunta que más se hicieron los cubanos ayer martes al amanecer y saberse pasadas las épocas de la obligatoriedad de la mascarilla. Incluso se la pueden haber hecho muchos que violaban diariamente las regulaciones de sanidad, andando las ciudades con la nariz indisciplinada posada sobre el borde del nasobuco, o fumando en las vías públicas, como si el humo impidiera pasar al virus, o comiendo en espacios sociales.

No solo los de la tercera edad mantuvieron el uso del nasobuco en Cuba, considerándose el sector más vulnerable, al que el Ministro de Salud aconsejó mantener el uso de la mascarilla. Muchos jóvenes mantuvieron embozados sus rostros.

Quizás se requieran varios días de adaptación a épocas que quizás parezcan pertenecer a siglos anteriores. 2019 pertenece a un pasado remoto para las percepciones de muchos, casi una ilusión. Dos años de pandemia logran hacer creer que siempre se ha vivido en este estado de excepción, peligro y sitio.

La orden pudiera ser reversible si las cifras de contagio y muerte continúan bajas en Cuba. Si no, el uso impuesto del nasobuco puede retornar como última frontera contra el contagio de una enfermedad que causó la muerte de miles de cubanos, que mutiló miles de familias. Y eso deja huellas que apenas ahora se empiezan a notar.

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