Maria Elvira, la unica que se curra el voto en Miami-Dade

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En medio de la maquinaria ruidosa y calculada de la política migratoria bajo la nueva era Trump, hay un detalle que en Miami-Dade salta a la vista, aunque muchos prefieran esquivarlo: la única voz cubanoamericana que sigue entrando al ruedo, aun a riesgo de contrariar a su propio partido, es la de María Elvira Salazar. No es un gesto menor. Y tampoco es accidental. En un condado donde el voto cubanoamericano se da por descontado –casi como si flotara en piloto automático desde hace décadas– Salazar ha optado por un camino menos cómodo: el de reconocer en público lo que otros solo comentan en privado si es que lo hacen: admitir la crudeza del momento y plantar cara cuando sus votantes se quedan sin respuestas.

La declaración que envió recién al Miami Herald no fue una reacción impulsiva ni un truco de mensaje. Llamar “un-American” a la última política de la administración Trump, que pausa todas las aplicaciones migratorias de 19 países, incluidos Cuba, Haití y Venezuela, no es el tipo de frase que los republicanos de Miami suelen regalar sin medir pulso ni repercusiones. Por eso sorprende que haya sido precisamente ella la que saliera de frente, sin rodeos ni tecnicismos, a decir que lo adoptado por el Departamento de Seguridad Nacional es lo que parece: castigo colectivo. Una respuesta que cae sobre quienes siguieron las reglas, esperando sus turnos, cumpliendo procesos que ya de por sí llevan años de atrasos.

Mientras tanto, los otros dos congresistas republicanos del condado, Mario Díaz-Balart y Carlos Giménez, eligieron otro libreto. Su comunicado conjunto se ajustó exactamente al molde esperado: culpar a Joe Biden, enlazar de inmediato la política actual con la narrativa de “fronteras abiertas” y evitar, a toda costa, mencionar la palabra incómoda que hoy define la experiencia de miles de familias en el sur de Florida: abandono. Su pronunciamiento parecía más un ejercicio de supervivencia dentro del partido que una reflexión sobre la gente que representan.

Ese contraste se hace más evidente cuando se observan los casos recientes. En Miami abundan historias de ciudadanos que han visto canceladas sus ceremonias de naturalización a última hora. Venezolanos que cumplían con cada documento exigido. Haitianos que pasaron años navegando procesos interminables. Cubanos que confiaban en la estabilidad del Cuban Adjustment Act para finalmente obtener la residencia. Todos quedaron súbitamente varados, otra vez en el limbo, sin una explicación que les devuelva algo de certeza. Y, sin embargo, los ecos políticos del condado no respondieron al sobresalto. No hubo claridad, ni gestos firmes, ni acompañamiento visible. Solo una congresista decidió asumir el desgaste de decir lo obvio.

Esto no significa que Salazar esté exenta de críticas. La tienen, y muchas. En Miami-Dade no son pocos quienes la señalan por haberse alineado con las agendas trumpistas en momentos cruciales o por moverse con excesiva flexibilidad según cambian las coordenadas internas del partido. Tampoco ha estado libre de cuestionamientos de su propia comunidad, que con frecuencia reclama inconsistencias o virajes abruptos. Pero mientras Marco Rubio desaparece de la discusión migratoria –como si la crisis no tocara directamente a cientos de miles de cubanos y cubanoamericanos como él– y Díaz-Balart sigue refugiado en pronunciamientos protocolares que no interpelan a nadie, Salazar ha optado por un camino distinto: aparecer.

Aparecer cuando las oficinas de inmigración paralizan trámites o realizan detenciones. Aparecer cuando a ICE «se le he ido la rosca». Aparecer cuando los activistas denuncian irregularidades en procesos de entrevistas o demoras injustificadas. Aparecer cuando el clima político empuja a los republicanos a endurecer el discurso, y aun así ella decide matizar, advertir, señalar consecuencias. Puede que no siempre guste lo que dice, pero lo dice. Y en un condado donde demasiados políticos prefieren el silencio estratégico, eso ya es una anomalía.

Incluso, hagamos una prueba. Normalmente cuando «hay un problema», mucha gente suele sugerirte que «le escribas a tu congresista». En Miami-Dade, yo no he oído nunca «escríbele a Carlos Gímenez» o «escríbele a Mario Díaz». Se escucha, sí, se escucha, la frase «Escríbele a María Elvira», como si la gente asumiera que todos los votantes, le corresponde a ella. Como si todo el electorado fuera suyo. Y no es así. Lo que pasa es que la gente sabe que escribirle a los otros puede resultar por gusto. Digamos que no es culpa de ellos del todo. Es de que desde antes pasaba así. Solo la predecesora de Salazar, Ileana Ross, era la que «resolvía». Probablemente la gente entienda que «o es el destrito», o es porque las mujeres son las únicas que se duelen o la que más se duelen con estos problemas que no pocas veces involucran a madres e hijos.

Carlos Giménez, por su parte, se mueve en una lógica más selectiva y menos empática a su propia gente. Su nivel de exposición pública tiende a crecer cuando aparecen represores cubanos viviendo en Estados Unidos, pero rara vez toma la iniciativa; suele sumarse después de que periodistas, influencers o activistas trazan la ruta. Y así lo ha estado haciendo con Trump ahora. Seamos realistas. Antes del 2024, ¿cuándo Ud. vio a Giménez subido a ese tren? Al menos yo, votante suyo, no. Sin embargo, nombres como Alexander Otaola, Mario J. Pentón y otros, si llevan más de cinco años hablando de «esos problemas», con nombres y apellidos, desde que venían caminando rumbo a la frontera.

Lo de Giménez es una intervención reactiva, no una postura, y ya lo hemos escuchado en boca del propio Alex con sarcamo contenido. Y aunque Díaz-Balart y Giménez tienen décadas de experiencia en el tema migratorio, su presencia pública hoy es apenas un eco de su peso pasado. A veces parece funcionar como si nada de lo que ocurre ahora tuviera urgencia.

Claro, Giménez ha tocado un resorte importante. Él sabe que a los cubanos en Miami-Dade le importa que dentro no haya ratas, pero hay una parte de ese circuito que le interesa también que, si su familiar se queda en el limbo, alguien saque la cara por ellos. Una parte del circuito que no son cubanos. Y esa deuda, él y Mario la tienen pendiente.

Por eso, cuando Salazar califica de “injusta” y “antiestadounidense” una medida que congela asilos, residencias y naturalizaciones, no solo está hablando de un expediente administrativo. Está enviando un mensaje que el resto del liderazgo republicano de Miami-Dade ha evitado pronunciar: que la comunidad migrante es más que un símbolo electoral. Que lo que vive hoy no es una abstracción. Que lo que está en juego no es retórico.

Ella misma ha sido criticada por “hacerse la sorda” ante reclamos del exilio. Y tal vez en ocasiones lo haya hecho. Pero, al menos públicamente, es la única que aparece cuando la tensión sube y los afectados empiezan a sentir que nadie los representa. No lo hace con frases que pretenden sonar profundas ni con los rituales ya gastados de “estamos al tanto”. Lo hace diciendo lo que otros prefieren evitar.

Habrá gente que, como el supuesto «agente de opinión» Guenady Rodríguez le tenga «ojeriza», pero el propio Guena deberá reconocer que, entre los tres cerditos del cuento, María Elvira tiene el mejor techo. ¿O no?

En Miami-Dade, un territorio que durante años se dio por asegurado políticamente, y que ahora lo parece más, esa diferencia empieza a adquirir un peso propio. No porque María Elvira sea la congresista perfecta, ni porque su estilo convenza a todos, sino porque, en medio de la vorágine, es la única que parece recordar que el voto no se hereda: se trabaja. Y, al menos por ahora, es la única que parece más aterrizada dentro de los problemas de su gente. La única que se lo está currando.

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