Joaquín Sabina ya puso fecha y lugar a algo que sus seguidores llevaban años temiendo: el final de su vida sobre los escenarios. El cantautor ubetense, de 76 años, se despidió el 30 de noviembre de 2025 en el Movistar Arena de Madrid, en el último concierto de la gira “Hola y Adiós”, que él mismo definió ante el público como “el último concierto de mi vida”, señala la Cadena SER.
El retiro no llega de golpe. Sabina llevaba tiempo preparando la salida. En julio de 2024 anunció que 2025 sería su año de despedida de los grandes recintos, con una gira mundial que arrancó en febrero en América, recorrió México, Estados Unidos, Costa Rica, Colombia, Perú, Chile, Uruguay y Argentina, y terminó en Europa tras pasar por plazas como Barcelona, Valencia, Londres o París. La respuesta del público fue inmediata: en menos de 24 horas se vendieron más de 200 000 entradas solo para las fechas españolas, síntoma de que la sensación de “última vez” pesaba tanto como las propias canciones.
El concierto final en Madrid tuvo poco de rutinario. Ante unas 12 000–16 000 personas —según las distintas crónicas— Sabina hiló una veintena larga de temas que son, de hecho, una parte de la banda sonora de la música en castellano de los últimos cincuenta años: “19 días y 500 noches”, “Calle Melancolía”, “Y sin embargo”, “Princesa”, “Pacto entre caballeros”, detalla El País. Sentado en su taburete, con la voz gastada pero reconocible, el andaluz recordó que venía de lejos: de un ictus, de caídas en pleno concierto, de abandonar la vida canalla que él mismo convirtió en materia prima de sus letras. Y que, por pura biología, había llegado el momento de bajarse del tren.
“Esta gira que se llamaba ‘Hola y Adiós’, esta noche se llama solo adiós”, dijo desde el escenario madrileño, en un mensaje que se repitió en distintas crónicas y que coronó con otra frase que cerró el círculo: “Este concierto en Madrid es el último de mi vida y por tanto el más importante”. Lo acompañaban su banda habitual y una larga lista de amigos y figuras públicas entre el público, desde Víctor Manuel y Ana Belén hasta músicos de generaciones más jóvenes que han reconocido en Sabina una referencia inevitable.
El retiro, sin embargo, es parcial. Sabina se despide de los grandes tours, de la gira eterna de avión y hotel, pero no de la creación. Él mismo ha dejado claro que quiere seguir escribiendo, leyendo, pintando y, cuando toque, grabando. Medios públicos españoles adelantaron que trabaja en nuevo material de estudio y en unas posibles memorias, y que el concierto de despedida se emitirá en televisión junto a una entrevista de largo aliento.
Para la industria musical, su retirada de los escenarios cierra un capítulo generacional: el de los grandes cantautores que venían de los setenta y lograron mantenerse vigentes durante décadas, actualizando arreglos sin traicionar la palabra. Para el público, especialmente en España y América Latina, el adiós es más íntimo: significa asumir que esas canciones que hablaban de bares, derrotas y madrugadas ya no tendrán nuevas versiones en directo, y que el tipo del bombín se queda, por fin, a vivir en Atocha.
Sabina se baja de los escenarios, pero deja lo que pocos consiguen: un repertorio que seguirá llenando bares, karaokes y playlists mucho después de que se apaguen las luces del Movistar Arena. Su retiro no es tanto un punto final como una invitación a repasar, con algo de vértigo, medio siglo de canciones que contaron la vida —y sus naufragios— mejor que muchos libros de historia.



















