La cubana dice que en su época, donde ella nació, el carro del año era un caballo jjjj
En Hialeah, donde las historias de emigrantes suelen estar hechas de sacrificios, colas y remesas, una cubana identificada como Hilda Ferrer – aunque todos le dicen «Mimi» – acaba de cumplir cien años y lo cuenta con una naturalidad que desarma. A la pregunta clásica de qué se siente al llegar al siglo de vida, responde sin titubeos: se siente “divinamente”. Y no lo dice desde una silla de hospital ni desde la resignación, sino desde la alegría simple de quien todavía camina por los pasillos de su casa y se levanta cada día con un propósito nuevo.
El festejo, rodeado de familia en Hialeah, sirvió también para que ella soltara el “clave” que muchos jóvenes quisieran tener anotado en una libreta: su receta para llegar a esa edad. La primera palabra que repite es “optimismo”. Dice que siempre ha sido así, optimista, y que las cosas las agarra “según vienen”, sin dramatizar más de la cuenta. Lo contrasta con “la juventud de hoy”, y recuerda que ella nació y se crió “en pleno campo”, cuando su “carro del año era un caballo”. Esa infancia dura, lejos de la comodidad, parece haberle dado una coraza que todavía la acompaña.
El otro secreto, cuenta, es no quedarse quieta. A sus cien años insiste en caminar dentro de la casa y por los pasillos, hacer mandados, mantenerse en movimiento. Caminar no como ejercicio de moda, sino como manera de seguir dentro de la vida cotidiana, de no cederle terreno al cuerpo que envejece. A eso le suma algo menos medible, pero igual de importante: levantarse cada mañana con un propósito distinto, por pequeño que sea.
La centenaria, madre de dos hijas y con una descendencia que ya suma varios nietos y bisnietos, también da el clave para otro desafío que parece ciencia ficción en estos tiempos: un matrimonio feliz y duradero. Se casó a los veinte y define esa unión como “feliz, feliz y feliz”. ¿La fórmula? Respeto, saber esperar para hablar cuando hay conflicto y, sobre todo, no llevar las emociones crudas a la cama. “Si pasaba algo, hablábamos mañana”, recuerda, como quien ofrece una receta antigua pero vigente.
En una ciudad acostumbrada a las urgencias, esta cubana de cien años no presume de grandes hazañas. Su clave es otra: optimismo, movimiento, respeto y no adelantar el sufrimiento. Lo demás, dice, “va a pasar”. Y a juzgar por su sonrisa, algo de razón tiene.





