Un texto de Jon Lee Anderson aparecido en The New Yorker – el texto ha sido publicado en la edición impresa de la edición del 6 de octubre de 2025, con el título «Isla desierta» – plantea una paradoja incómoda: cientos de miles de cubanos que huyeron del autoritarismo en la Isla han descubierto en carne propia en Estados Unidos un clima cada vez más hostil hacia ellos, los migrantes.
La pieza periodística arranca con la Torre K-23 —el nuevo rascacielos hotelero de 42 pisos en El Vedado— como metáfora de un país “vacío”: obra de GAESA, abierta en febrero y fuera del alcance de casi cualquier cubano, mientras el turismo se hunde y la ciudad se llena de silencio y precariedad. Anderson cifra la diáspora desde 2021 en “hasta dos millones” (18% de la población) y más de 850.000 entradas a EE.UU. desde 2022; es la mayor oleada en seis décadas, alimentada por rutas aéreas a Nicaragua y un tránsito terrestre plagado de coyotes y riesgos.
El giro del reportaje está en el aterrizaje en Florida: una comunidad que abrazó a Donald Trump con fervor —al punto de rebautizar un tramo de Palm Avenue como “President Donald J. Trump Avenue”— y que hoy padece la dureza de su agenda migratoria de regreso al poder.
Anderson recuerda que Trump volvió a poner a Cuba en la lista de “patrocinadores del terrorismo”, revirtió alivios de la era Biden y apretó sanciones (incluidas las vinculadas a GAESA), mientras miles de cubanos quedaron con órdenes finales de expulsión o a la espera de cortes saturadas. El resultado: miedo, redadas y familias atrapadas en un limbo legal que desdibuja el viejo “santuario” del exilio.
El artículo se adentra en la cocina política del sur de Florida: congresistas cubanoamericanos que priorizan “aumentar la presión” sobre La Habana incluso si eso implica aceptar deportaciones; campañas para identificar “represores” que habrían llegado a EE.UU.; y un debate feroz que raja al exilio por generaciones (los que prosperaron vs. los recién llegados).
La escena se vuelve más áspera con el centro de detención apodado “Alligator Alcatraz”, levantado en los Everglades: carpas, jaulas de malla y un limbo jurisdiccional que desató demandas ambientales y de derechos humanos; un juez llegó a ordenar vaciar el recinto, y el estado respondió apelando mientras trasladaba detenidos.
Anderson intercala voces que elevan el dilema moral: Joe Garcia denuncia la “falta de solidaridad” intracomunitaria; el escritor Abraham Jiménez Enoa observa que muchos “cambiaron a Castro por Trump”; y un migrante (“Aldo”) resume el péndulo entre extremos: la inercia bajo Biden y las cuotas de deportación bajo Trump, con la justicia atrapada en medio.
Al respecto, el veterano periodista Wilfredo Cancio, señaló en su perfil de Facebook, que el reportaje de Jon Lee Anderson en The New Yorker no aporta datos inéditos, sino que logra algo más complejo: integrar la crisis cubana y la polarización en Miami en una mirada amplia y profunda. Cancio subrayó que la pieza es un ejemplo antológico de reporterismo en un momento en que el periodismo mismo parece estar en fuga, y que lo valioso es la visión “calidoscópica” que articula escenas conocidas bajo un mismo análisis. Añadió que el texto invita a los cubanos a no postergar un debate necesario sobre su responsabilidad histórica tras décadas de totalitarismo y frivolidades políticas, y destacó también la fuerza de las fotografías de Rose Marie Cromwell como complemento visual de esa narrativa.
El telón de fondo en la Isla —apagones, inflación, salarios de miseria y control militar de sectores clave— empuja a más gente a irse, mientras la “torre de la arrogancia” asoma como recordatorio de quién manda. Para Anderson —biógrafo de Che Guevara y veterano corresponsal de The New Yorker— la pregunta no es retórica: ¿huyeron de un Estado autoritario para tropezar con otro tipo de autoritarismo en su refugio? La respuesta, sugiere, se está escribiendo en los tribunales de inmigración de Miami tanto como en las colas del Malecón.
En todo caso, habría que decirlo – decírselo a Anderson – la historia de la humanidad es así: llena de «reacomodos». Donde único no habrá nunca uno, a no ser que el pueblo se subleve, será en Cuba, donde el Partido Comunista de Cuba no admite margen a siquiera una opinión diferente.


















