El cocodrilo cubano solo sobrevive en dos lugares del planeta: la Ciénaga de Zapata y la Isla de la Juventud, en el occidente de Cuba; pero en el Smithsonian’s National Zoo & Conservation Biology Institute, ubicado en el Washington, DC, hay varios ejemplares de ellos.
Los científicos del Smithsonian’s National Zoo & Conservation Biology Institute han descubierto que estos reptiles depredadores son más inteligentes de lo que Ud. pudiera creer.
Invisible bajo las aguas turbias, un cuerpo musculoso se prepara para el ataque. Un coletazo poderoso impulsa a la presa hacia unas fauces armadas con decenas de dientes afilados. En segundos, todo ha terminado. Esa escena resume la vida del cocodrilo cubano (Crocodylus rhombifer), una especie tan rara como fascinante que solo sobrevive en dos lugares del planeta: la Ciénaga de Zapata y la Isla de la Juventud, en el occidente de Cuba.
Aunque su tamaño no se compara con el de sus primos marinos, el cocodrilo cubano destaca por otra razón: su inteligencia.
A diferencia de la mayoría de los reptiles, estos animales han mostrado una capacidad de aprendizaje inusual. En zoológicos, cuidadores han logrado entrenarlos para que respondan a sus nombres, sigan señales con la mano y permanezcan inmóviles por orden. Incluso se han documentado comportamientos de juego —como morder tubos metálicos o arrojar bloques de cemento—, rasgos que en la biología animal suelen asociarse más con mamíferos y aves que con reptiles.

Su carácter tampoco pasa desapercibido. Zookeepers y herpetólogos lo ubican entre los cocodrilianos más agresivos y territoriales. Con longitudes de hasta 3,2 metros, defienden con ferocidad sus nidos y territorios, como lo demuestra la célebre hembra Blanche del Smithsonian, que en 2017 protegió su montículo con una vehemencia digna de crónica. Esa agresividad, sin embargo, es también un reflejo de la lucha de la especie por su supervivencia.

El cocodrilo cubano es además el más adaptado a la vida terrestre entre sus congéneres. Posee patas fuertes y poca membrana interdigital, lo que le permite correr en tierra firme a velocidades de hasta 24 kilómetros por hora, un sprint comparable al de un caballo al galope. Esa versatilidad lo convierte en un depredador formidable tanto dentro como fuera del agua.
Pero la misma singularidad que lo hace extraordinario está hoy en peligro. La pérdida de hábitat en la Ciénaga de Zapata, la intrusión de agua salobre y la hibridación con el cocodrilo americano han reducido drásticamente la población de ejemplares puros. Se calcula que apenas quedan unos 3.000 en estado silvestre, lo que le otorga la clasificación de “en peligro crítico” en la lista de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza.

Desde Washington hasta Zapata, instituciones como el Smithsonian’s National Zoo y el Crocodile Farm de Cuba trabajan en programas de cría y monitoreo para preservar su linaje. Los esfuerzos incluyen intercambios científicos, estudios de salud poblacional y hasta celebraciones con “enriquecimientos” en cautiverio, como bloques de hielo con presas ocultas que estimulan sus instintos naturales.
El cocodrilo cubano no solo es un sobreviviente del Caribe. Es también prueba viviente de que la inteligencia y la adaptabilidad en el reino animal pueden encontrarse en los lugares más inesperados: entre escamas, fauces y la mirada penetrante de un reptil que lucha por no desaparecer.
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