La historia del excharanguero convoca, además, a recalibrar el lente con que se mira la adicción en el ecosistema musical cubano. El morbo tuvo sus minutos, pero la utilidad de la crónica está en el giro: en cómo una figura que fue portada de orquestas bailables admite la enfermedad, se interna, agradece y nombra la disciplina como única brújula. Nada de épica: constancia, apoyo y tiempo.
Por hoy, el dato que importa es sencillo y luminoso: Natalia volvió a su aula. Lo hace con cautela, sí, pero también con la energía de quien recupera su cotidianidad. Para su comunidad escolar y para Caibarién, es una pequeña victoria que vale por muchas.