Más allá de la cifra, lo que queda es la pregunta incómoda: ¿por qué una madre cubana tiene que esperar a hacerse viral, llorando en un parque con sus niños hambrientos, para que aparezca una red de ayuda que le ofrezca lo que el Estado no ha sido capaz de garantizarle? La colecta de más de tres millones de pesos habla de una solidaridad enorme, pero también de un vacío igual de grande.
En un video reciente, grabado con la voz quebrada y aspecto visiblemente cansado, contó que tanto él como su esposa están enfermos de dengue y pidió a sus seguidores “que le den un chance”, que entiendan la ausencia temporal de directos, entregas y campañas de ayuda porque, literalmente, no tiene fuerzas para seguir al mismo ritmo.
Nada de lo que pueda decir el oficialismo sobre cargamentos de ayuda logran borrar el contraste entre los anuncios y escenas como estas: una madre en Holguín pidiendo solo comida para cuatro niños, una anciana tirada sobre un amasijo que debería ser un colchón, comunidades enteras aún esperando algo tan básico como una cama y un techo seco.
En Cuba, denunciar una desaparición sigue siendo un acto más efectivo en Facebook que en una estación de policía. Y ese hecho, más que una simple tendencia, es un síntoma profundo del colapso de la capacidad estatal para proteger a su gente.
La gran lección de Melissa —y quizás la más dolorosa— es que la resiliencia cubana existe, pero no puede seguir siendo la única política pública que funcione. La ayuda internacional y los esfuerzos privados están parcheando huecos que deberían estar cubiertos por un sistema robusto de prevención y recuperación. La gente está salvando a la gente, como siempre. Y eso es admirable. Pero también es una señal de alarma.
Mientras los dirigentes cubanos llegan y se pasean por la provincia, simulando estar al tanto de todo, controlándolo todo y resolviéndolo todo, en los barrios, la cuenta es más concreta: neveras desconectadas, colas por hielo y una noche que no termina nunca.
La escena no es espontánea. Los residentes, cansados de esperar, se organizaron y pagaron de su bolsillo a esa persona para despejar el paso del agua. La urgencia no era estética, sino de supervivencia: si el tapón se mantiene cuando lleguen las primeras bandas de Melissa, el agua rebasará la losa, inundará las casas más bajas y socavará aún más los apoyos del puente. En una ciudad con drenajes colapsados y basura acumulada, el cauce funciona como el único desagüe posible. Bloquearlo es invitar a la inundación.
Con la tragedia de Martín en Baracoa, Cuba cierra el año con al menos seis incidentes fatales por rayos confirmados: dos adolescentes en Bauta, tres jóvenes en Manicaragua, dos trabajadores rurales en Colón, tres fallecidos y cuatro heridos en Moa, y el más reciente en Guantánamo. Las cifras podrían ser mayores si se incluyen reportes no confirmados oficialmente en otras regiones del país.
Por ahora, lo único verificable es que la trabajadora retiró sus señalamientos y pidió disculpas de forma pública. Falta por conocer si el atraso salarial que dio origen al conflicto ya fue resuelto para ella y el resto de los empleados, y si la entidad ofrecerá detalles sobre las medidas adoptadas.
El episodio volvió a poner sobre la mesa la desconfianza del público en los canales de comunicación locales, así como la facilidad con que la falta de precisión informativa puede convertir un intento de control en objeto de burla colectiva.
Mientras se espera una confirmación institucional, la prioridad —coinciden las alertas— es no enfrentar al sospechoso y notificar a la policía con datos precisos de lugar y hora. En casos que involucran a menores, la urgencia de una respuesta rápida y transparente es doble: por justicia y por prevención.
En síntesis: Humberto ya está en el mapa (lejos, pero influyente); 94L es el actor cercano que pondrá la lluvia sobre Cuba oriental y, por arrastre e interacción con un frente débil, mantendrá jornadas húmedas y tormentosas en el sur de Florida. Siga los boletines del NHC, del WPC y de su servicio meteorológico local para actualizaciones de corto plazo y posibles avisos por inundaciones.
Más allá de la aritmética de detenidos, el trasfondo es el de siempre: apagones que en el oriente superan las 20 horas diarias, enfado acumulado y un Estado que alterna mensajes de conciliación con medidas punitivas. Si agosto ya había dejado protestas en otros puntos de Holguín, septiembre confirma la deriva.