Más allá de la aritmética de detenidos, el trasfondo es el de siempre: apagones que en el oriente superan las 20 horas diarias, enfado acumulado y un Estado que alterna mensajes de conciliación con medidas punitivas. Si agosto ya había dejado protestas en otros puntos de Holguín, septiembre confirma la deriva.
Que en esta ocasión no haya que lamentar víctimas es un alivio. Pero el humo que ayer se elevó sobre los techos de San Juan de Dios es recordatorio tangible de que cada apagón prolongado trae consigo una cadena de decisiones de alto riesgo.
Hoy, cuando NTV apunta a la “creatividad del pueblo” que improvisa con leña y briquetas, es justo preguntarse: ¿de qué revolución hablan? ¿Creen que lo extraordinario es preparar la comida como en el siglo XIX? No. La realidad es que los cubanos merecen dignidad, servicios reales, un sistema fiable. Lo que necesitamos no es fuego artesanal ni aplausos por sortear el desastre, sino un gobierno responsable que asuma la historia energética y ofrezca reparaciones reales. No más mitos: tiempo ya de soluciones, no simulacros.
Así, mientras las publicaciones de corte especializado subrayan la fidelidad del mercado canadiense y la inversión en renovaciones hoteleras, los reportes independientes apuntan a que las condiciones internas del país siguen minando la experiencia de los viajeros y, por tanto, restando atractivo al destino.
A fines del pasado año la Unión Eléctrica aseguró que los apagones en Cuba irían disminuyendo en 2025 con la entrada en funcionamiento de al menos 55 parques fotovoltaicos pero la realidad ha demostrado lo contrario. O sea ha desmentido la afirmación de las autoridades una vez más.
García Granda reconoció los desafíos que enfrenta el turismo en Cuba, entre ellos los apagones y la caída del número de visitantes, pero sostuvo que el gobierno ha tomado medidas para evitar que esos problemas afecten al sector hotelero.
Todos, usan la ironía, el testimonio, el arte, la fotografía o la poesía para retratar lo que el noticiero no dice. Sus muros personales se han convertido en trincheras de autenticidad, en un país donde fingir cuesta menos que hablar claro.
La gente en Cuba sigue cocinando con leña o carbón, perdiendo comida por falta de refrigeración, viviendo sin ventiladores en un verano que ya comienza, y sin esperanza de que el gobierno les diga la verdad sin maquillaje solar.
El cinismo popular, como resistencia natural al absurdo, ya ha convertido el desastre energético en motivo de choteo nacional. Cada vez que una termoeléctrica “entra al sistema”, los cubanos bromean que otra, en efecto, “sale corriendo”. Dicen que hay un pacto no escrito —pero bien sincronizado— entre la Felton y la Guiteras: cuando una se pone el uniforme, la otra pide baja médica. En los barrios ya no se habla de averías, sino de “turnos” entre las plantas, como si jugaran a la soga o al escondido.
Sin embargo, lo que ningún boletín oficial menciona es que los contenedores no sustituyen una economía funcional. Que los donativos no arreglan la infraestructura colapsada ni devuelven la confianza a los ciudadanos que se lanzan al mar o cruzan selvas buscando un futuro que en su isla ya no ven posible. Que se puede aplaudir la solidaridad internacional, pero no usarla como coartada para evitar el verdadero debate: ¿cuándo comenzará Cuba a sostenerse por sí misma?
Un incendio registrado el sábado en la subestación eléctrica soterrada de Tallapiedra, en la Avenida del Puerto, provocó una interrupción masiva del suministro eléctrico en varias zonas de la capital