Un asalto en Morón y un asesinato durante un apagón en Guantánamo, ambos difundidos por La Tijera News, reavivan el temor de una ciudadanía que siente cómo la violencia penetra la vida diaria en medio de la crisis económica y el deterioro institucional.
La epidemia de dengue y chikungunya en Cuba no explica por sí sola las al menos 87 muertes registradas entre octubre y noviembre. Detrás del colapso sanitario hay una cadena más profunda: hambre, desnutrición infantil, déficit vitamínico, falta de agua potable, apagones interminables, basura acumulada y hospitales sin recursos. Lejos de los 33 fallecidos que reconoce el Gobierno, la crisis revela un Estado incapaz de sostener la vida.
La temporada alta comienza para Cuba bajo una tormenta perfecta: apagones masivos, epidemias de dengue y chikungunya con decenas de muertos, advertencias sanitarias de varios países y un deterioro profundo de servicios básicos. Mientras gobiernos como Reino Unido, Canadá y Rusia recomiendan cautela —e incluso evitar viajar—, el turismo internacional se retrae y la isla se acerca a la que podría ser su peor temporada turística en décadas.
Aunque el Gobierno anunció que el Sistema Eléctrico Nacional quedó restablecido tras el colapso que dejó a oscuras a La Habana y varias provincias del occidente, entre la población el anuncio no genera alivio ni sorpresa. Con apagones diarios, protestas recurrentes y un deterioro estructural que ya nadie oculta, los cubanos sienten que cada reconexión es solo un respiro breve en una crisis que parece eterna. La confianza, perdida hace años, no vuelve con un parte técnico.
Una cubana que padece chikungunya asegura que nunca había sentido un dolor semejante, ni siquiera durante el parto, y su relato ha encendido un debate sobre cómo el virus está reescribiendo la escala de los dolores en Cuba. La enfermedad, ya de por sí devastadora, golpea aún más fuerte en un país donde la inflación, los apagones, la falta de medicamentos y la precariedad sanitaria convierten cada síntoma en una carga casi imposible de sobrellevar.
Un nuevo colapso del Sistema Eléctrico Nacional dejó a oscuras a La Habana y gran parte del occidente cubano, en otro episodio de una crisis energética que se repite desde hace dos años y que evidencia el deterioro estructural de la red y la falta de combustible.
Un desastre que no es solo económico, ni solo climático, ni solo sanitario, ni solo político, sino la suma de todos ellos sobre una población agotada, enferma, mal alimentada y sin horizonte claro dentro de su propio país. Lo que está en juego hoy no es la retórica de la “resistencia” ni la épica de las sanciones, sino la posibilidad misma de que esa sociedad siga funcionando sin romperse del todo.
En el noveno aniversario de la muerte de Fidel Castro, Cuba amaneció entre rituales oficiales en Candelaria y una realidad marcada por apagones, calor insoportable y una invasión de mosquitos. Mientras unos celebraban la mística revolucionaria, otros solo pensaban en sobrevivir a otra noche sin luz ni descanso.
La verdadera “smart city” cubana existe solo como artificio narrativo: una maqueta virtual sostenida por un poder que no acepta que el país está en su peor momento energético en décadas. La Habana real sigue ahí, con sus sombras, sus ruinas, su olor a cables quemados cuando vuelve la electricidad de golpe. Una ciudad que funciona por hábito, no por diseño; por resistencia, más que por planificación.
Tras el azote del huracán Melissa por el oriente de Cuba, el país se mueve en dos planos que parecen no tocarse. En uno, la ONU anuncia un plan de 74,2 millones de dólares y aterriza en Santiago de Cuba con 4,375 lonas para hogares sin techo. En otro, madres como Yurisleidis Remedios se graban desde barrios de Santiago para denunciar que “nos estamos muriendo de hambre”, que las morgues “están colapsadas” y que, pese a las donaciones anunciadas, en sus neveras no hay nada y en sus cocinas solo queda leña.
Según The Hill, el país experimentó su cuarto apagón nacional en menos de un año, consecuencia de una red eléctrica corroída por décadas de desinversión y el uso de crudo de baja calidad. La dependencia del petróleo venezolano, base del intercambio político y económico entre La Habana y Caracas, se ha vuelto insostenible: los envíos de combustible cayeron de unos 56 mil barriles diarios en 2023 a apenas ocho mil en junio de 2025. Aunque Rusia y México han enviado cargamentos de emergencia, la inestabilidad persiste.
En ese cruce de crisis —energética, económica y de servicios— el debate sobre nombres propios resulta insuficiente. Ni las esponjas de Villa Clara ni la promesa de “mirar a China” cambian un dato: el sistema generador opera agotado, la disciplina fiscal se resiente y las divisas que entran buscan refugio en la especulación de un mercado informal que fija el precio de la supervivencia. El reclamo ciudadano, traducido en ese “no es el ministro, es el sistema”, exige más que renuncias: pide transparencia, prioridades claras y un giro de política que deje de administrar escasez y empiece a producir certezas.
La noticia provocó una ola de reacciones en redes sociales. Decenas de usuarios, muchos también desde Cuba, coincidieron en que el nivel de estrés, hambre y desesperanza ha alcanzado un punto insostenible. “Han llevado al cubano a un nivel psicológico y de estrés que nos está matando. Ya el cubano ha perdido toda esperanza de vida”, escribió una usuaria, mientras otra añadía: “El nivel de estrés por hambre y apagones rebasa los límites. Solo hay que ver los rostros”.
Sin aventurar diagnósticos, los testimonios apuntan a un cuadro compatible con enfermedades transmitidas por mosquitos y cuadros gastrointestinales asociados a agua no segura. En contextos así, las recomendaciones comunitarias básicas son: eliminar criaderos (vaciar recipientes y charcos en patios y azoteas), usar repelente y mosquiteros, potabilizar el agua (hervirla cuando sea posible) y buscar atención médica ante fiebre sostenida, vómitos persistentes, decaimiento extremo o signos de deshidratación, especialmente en niños y embarazadas. Vecinos de Matanzas insisten en hidratarse y evitar automedicarse cuando se sospeche dengue, a falta de indicación profesional.