La escena no es espontánea. Los residentes, cansados de esperar, se organizaron y pagaron de su bolsillo a esa persona para despejar el paso del agua. La urgencia no era estética, sino de supervivencia: si el tapón se mantiene cuando lleguen las primeras bandas de Melissa, el agua rebasará la losa, inundará las casas más bajas y socavará aún más los apoyos del puente. En una ciudad con drenajes colapsados y basura acumulada, el cauce funciona como el único desagüe posible. Bloquearlo es invitar a la inundación.
Que la entrevista anunciada no sea su último testimonio, sino el punto de inflexión para corregir a tiempo. Nadie está pidiendo que se reescriba la historia: basta con estar a la altura de ella. Porque detrás de cada medalla colgada en una pared hay una vida real, y no hay título que valga si, cuando llega el silencio, esa vida queda sola.
El caso del hospital “Marie Curie” es presentado como símbolo de un patrón de abandono institucional: mientras el Estado invierte en hoteles y torres de lujo, los enfermos de cáncer sobreviven sin medicinas ni condiciones básicas. Para los familiares, la indignación se resume en una pregunta reiterada: ¿hasta cuándo el pueblo tendrá que pagar con su vida la indiferencia de quienes gobiernan?