Fallece la leyenda del béisbol cubano Armando Capiró

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Armando Capiró, el toletero elegante que marcó una época en el béisbol cubano, murió este jueves en La Habana a los 77 años, según confirmaron directivos del INDER citados por medios oficiales.

La noticia corrió primero por redes y grupos de aficionados, como suele ocurrir con las grandes pérdidas del deporte en la Isla: de chat en chat, de audio en audio, hasta que quedó claro que se había ido uno de los jardineros más completos que han pasado por las Series Nacionales.

Nacido el 22 de marzo de 1948 en Santiago de las Vegas, en el actual municipio de Boyeros, Capiró creció pegado al Latinoamericano, colándose a los juegos, aprendiendo a leer el vuelo de la bola desde las gradas antes de pisar él mismo el terreno como figura. Con Industriales, Habana y Metropolitanos vistió siempre camisetas habaneras, pero su impacto rebasó el regionalismo: para muchos analistas es, sencillamente, el mejor jardinero izquierdo que han visto en la pelota cubana.

Los números ayudan a entender el mito. Fue el primer pelotero en conectar más de 20 jonrones en una temporada de Series Nacionales: 22 cuadrangulares en la campaña 1972-73, actuación que le valió el premio de Jugador Más Valioso. También fue el primero en llegar al centenar de jonrones en los torneos domésticos, cuando ese listón parecía reservado a leyendas inalcanzables. Además del poder al bate, tenía uno de los brazos más respetados de su generación, capaz de enfriar corredores que se atrevían a retarlo desde el bosque izquierdo.

Con la selección nacional fue parte de una Cuba casi imbatible en los setenta y ochenta: mundiales, copas intercontinentales, Juegos Panamericanos y Centroamericanos en los que el apellido Capiró se asociaba a turnos grandes en momentos de presión. Esos logros, sumados a su consistencia en las Series, lo llevaron a ser incluido entre los 100 atletas cubanos más destacados del siglo XX.

En los últimos años vivía discretamente en su barrio de siempre, en Santiago de las Vegas, recibiendo el cariño de vecinos y de una afición que no lo olvidaba. De vez en cuando aparecía en homenajes, peñas o entrevistas, con esa mezcla de timidez y seguridad que tienen los que no necesitan gritar su grandeza.

Con su muerte, el béisbol cubano pierde algo más que estadísticas. Se va un estilo: el swing largo pero elegante, el fildeo sobrio, el brazo certero, la manera de habitar el jardín izquierdo como si fuera un traje hecho a la medida. Queda, en la memoria de varias generaciones, la estampa del número 9 entrando al plato, el estadio en silencio y la sensación de que, si Capiró estaba al bate, todo podía cambiar con un solo swing.

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