Las nuevas apariciones públicas de Dwayne Johnson en la Mostra de Venecia, ligadas a la promoción de The Smashing Machine, desataron un carrusel de reacciones en redes: desde titulares que lo describen “encogido” o “desinflado” hasta mensajes de apoyo que recuerdan que los actores transforman su físico por trabajo y por salud.
Mientras algunos sitios sensacionalistas se apresuraron a tildarlo de “irreconocible”, otros medios subrayaron que el intérprete está en una fase de reinvención profesional, con un papel más dramático y contenido que exige otro registro —y, acaso, otra silueta— en la alfombra roja y fuera de ella.
En paralelo, críticos han debatido si The Smashing Machine (el biopic de Mark Kerr) logra o no el golpe emocional que promete; para una parte del público, el filme “se queda corto” en dureza, pero sí exhibe a Johnson en una clave menos grandilocuente, con un trabajo de composición que se distancia del héroe invulnerable de franquicia.
Ese desplazamiento también alimenta el escrutinio: cuando una estrella cuya marca fue la hipertrofia pasa a un perfil más austero, la conversación deriva —con frecuencia poco amable— hacia la salud, la edad y la “auténtica masculinidad”. Arnold Schwazenegger es un ejemplo de eso. La gente se resiste a verlo viejo.
Lo cierto es que ha ocurrido una transformación con Dwayne «La Roca» Johnson, y esta foto muestra lo evidente que es ese cambio.
Pero el ruido social dice más de nosotros que de él. Persisten la “policía del cuerpo” y el doble rasero: aceptamos las metamorfosis de los actores si encajan con prejuicios estéticos, las castigamos si desafían el molde.
En esa grieta, muchos fans salieron a defenderlo: recordaron sus entrenamientos responsables, su historial de disciplina, y algo más simple —y sensato—: nadie que luzca “más delgado” está automáticamente enfermo. Reducir la discusión a memes o fotos de un solo ángulo ignora el contexto: calendarios de rodaje, iluminación, pérdida de retención de líquidos, vestuario, y, sí, decisiones artísticas.
La trayectoria de Johnson no necesita demostraciones de vigor: lo que ahora pone a prueba es su margen como actor y el espacio que la industria concede a un ícono para mutar. Si el público permite esa mudanza —y los medios bajan el volumen del alarmismo— quizá descubramos que el “nuevo” The Rock no es menos potente, solo más humano. Y, por ende, más interesante.





