En un país donde los hechos duelen pero el discurso oficial parece vivir en otra dimensión, el combate de los relatos se ha vuelto un ruido permanente. No es solo propaganda; es una disputa por nombrar la realidad. Y en Cuba, nombrar la realidad se ha convertido en un acto político.
La pregunta seguirá ahí, incómoda, insistente: ¿Oxígeno o ayuda humanitaria? Quizás la respuesta no está en elegir una de las dos opciones, sino en desmontar la trampa que plantea. Cuando se trata de salvar vidas y reconstruir hogares, lo que importa no es quién sostiene la manguera de oxígeno, sino quién puede volver a respirar.
Las nuevas medidas de la administración Biden hacia Cuba han provocado una amplia gama de respuestas críticas. Estas no solo proceden del régimen cubano, que las ve como insuficientes, sino también de activistas, analistas y políticos que cuestionan su eficacia y moralidad. El consenso entre los críticos es claro: sin una presión internacional consistente por reformas democráticas y una estrategia que realmente empodere a los cubanos sin fortalecer al régimen, el camino hacia un cambio verdadero en Cuba seguirá siendo esquivo.
Otras naciones latinoamericanas como Bolivia, Venezuela, Cuba, Nicaragua, Honduras, Guatemala, El Salvador y China han sido igualmente obviados en las invitaciones a la cumbre.