Las imágenes y los testimonios, publicados en redes justo cuando el Gobierno celebra y resalta el control sanitario nacional, constituyen un desafío difícil de soslayar. Porque en un país que dice proteger a su gente, que la muerte se vuelva masiva y visible antes de ser atendida no es solo tragedia: es advertencia. Y en Camagüey la advertencia ya se ha vuelto crónica.
Un desastre que no es solo económico, ni solo climático, ni solo sanitario, ni solo político, sino la suma de todos ellos sobre una población agotada, enferma, mal alimentada y sin horizonte claro dentro de su propio país. Lo que está en juego hoy no es la retórica de la “resistencia” ni la épica de las sanciones, sino la posibilidad misma de que esa sociedad siga funcionando sin romperse del todo.
En medio de la crisis cubana, una madre habanera dio a luz a trillizos en el hospital González Coro, un nacimiento excepcional que el personal médico celebró como un pequeño triunfo. La historia, confirmada por fuentes oficiales y retomada por la prensa independiente, llega en un país donde la natalidad cae en picada y cada parto parece un acto de resistencia cotidiana.
En un video reciente, grabado con la voz quebrada y aspecto visiblemente cansado, contó que tanto él como su esposa están enfermos de dengue y pidió a sus seguidores “que le den un chance”, que entiendan la ausencia temporal de directos, entregas y campañas de ayuda porque, literalmente, no tiene fuerzas para seguir al mismo ritmo.
Una denuncia hecha por la activista Irma Lidia Broek sobre el modo en que se manipula y esconde la verdad, prendió entre sus seguidores porque conectó con lo que muchos viven a diario: hospitales colapsados, médicos obligados a recetar agua y té a enfermos con fiebre alta, vómitos y diarreas, y certificados que nunca dicen la palabra prohibida.
El colapso hospitalario no es un fenómeno aislado. Lo que ocurre en Cienfuegos se replica en Villa Clara, Holguín y Guantánamo, donde las ambulancias escasean y los entierros improvisados se vuelven habituales. La crisis sanitaria se entrelaza con un brote epidémico —posiblemente de dengue o leptospirosis— que el gobierno evita reconocer. Médicos cubanos en redes alertan sobre hospitales sin antibióticos, sin oxígeno y sin electricidad durante horas críticas.
La proliferación del “químico” ha sido documentada con videos y testimonios que muestran a adolescentes y jóvenes cayendo en plena vía pública, con signos de intoxicación aguda. En la Isla, organizaciones y medios independientes advierten de un fenómeno en expansión, con consumo que baja la edad de inicio y familias que, entre la vergüenza y el miedo, demoran en pedir ayuda. La evidencia audiovisual y los relatos de barrio han puesto el tema en la agenda pública, más allá de campañas episódicas.
Los casos aquí reunidos, denunciados por los activistas e informadores cubanos Niover Licea y José Luis Tan Estrada, forman un mismo cuadro, aunque sucedan en provincias distintas y con actores distintos. En el servicio militar de un muchacho de 18 años, en los pasillos de Taco Taco, en la Prisión Pendiente de Santa Clara, en la cárcel de Panamá en Güines, en el cuerpo de guardia pediátrico de Cienfuegos y en la sala donde un anciano esperó una ambulancia, se repiten palabras como abuso, abandono, extorsión, castigo, silencio. Y se repiten, también, los nombres de quienes deberían responder: jefes de prisión señalados como Yurianis Spek, Ángel Figueroa "Redondeaow", Islander Laffita Turro y el primer teniente Fabelo, amparados, según denuncias, por superiores como Carlos Quintana y Juan Ramón Castillo. La exposición de esos rostros no es un acto de venganza: es una forma de registro público cuando las vías institucionales fallan o se cierran.
En los comentarios que acompañan ambos decesos se repiten tres ideas: sin medicamentos básicos, con cuerpos debilitados por la mala alimentación y con mosquitos proliferando en aguas estancadas, el riesgo se multiplica; la atención llega tarde, cuando ya los signos de alarma son ineludibles; y la comunicación pública, al rehuir la palabra dengue, desactiva los reflejos de prevención comunitaria. Mientras no se nombre el problema, insisten los vecinos, no habrá plan creíble para frenarlo. Hoy, en Moa y en Palma Soriano, el vacío que dejan Dannita y Elsa Ivis es la prueba más dolorosa de esa omisión.
La solución real no está en las cáscaras, está en el presupuesto, en la ciencia, en el control vectorial, en la transparencia, en el abasto. Movilizar fumigación constante, revisar aguas, eliminar criaderos, formar comunidad. Todo lo que nunca va incluido cuando el discurso oficial propone aromatizar el humo.
La muerte de la bebé en Matanzas —atribuida por testigos a “una bacteria”, aún sin confirmación oficial— ocurre mientras crece el clamor por datos verificables: qué patógenos están circulando, cuántos casos graves y fallecidos hay, qué recursos faltan y qué acciones concretas toma la autoridad sanitaria para descomprimir terapias y proteger a los más vulnerables. En un escenario de hospitales saturados, transparencia y protocolos pueden hacer la diferencia entre el miedo y la confianza, entre la rumorología y la información que salva vidas.
Quienes estén en condiciones de salud aptas para donar deben acudir al banco de sangre u hospital más cercano con su carné de identidad y mencionar que la donación es para Leandro Sánchez (indicar el nombre completo en admisión). En Cuba, de forma general, se aceptan donantes entre 18 y 65 años, con peso igual o superior a 50 kg, sin fiebre, infecciones recientes ni tratamientos antibióticos o procedimientos invasivos de las últimas semanas. Personas con enfermedades crónicas no controladas o embarazadas suelen quedar excluidas. Ante dudas, el personal sanitario realiza una evaluación rápida en el sitio.
Así cerró un día “top” de la farándula americana: un cómico que convierte el backlash en rating; una superestrella que convierte la maternidad en relato global; y una estudiante universitaria, hija de dos celebridades - si no es por eso... - que convierte la salud pública en trending topic. Tres escenas, un mismo ecosistema: el del espectáculo que, entre flashes y algoritmos, sigue marcando el pulso de lo que hablamos, debatimos y compartimos.