En EE.UU., la ley distingue claramente entre ser familiar de un represor y ser cómplice. Un hijo no puede ser juzgado ni demandado por el simple hecho de haber patrocinado a su padre, aunque este haya sido un verdugo del pueblo cubano. Solo si hay pruebas sólidas de complicidad o encubrimiento, puede enfrentarse a consecuencias legales.