La situación evidencia la contradicción profunda entre un país que abre tímidamente sus puertas al emprendimiento digital y un entorno financiero que sigue cerrado a cal y canto. Y como casi todo en Cuba, lo que debiera ser simple —cobrar por un servicio— termina siendo un viaje tortuoso, lleno de dobleces, favores y riesgos que pueden terminar costando más que el propio alquiler.