La pregunta clave es si su muerte será un punto de inflexión en la política estadounidense hacia Cuba o si, como ha ocurrido en los últimos años, la retórica sobre una transición democrática seguirá sin traducirse en cambios concretos. Por ahora, lo cierto es que Lincoln Díaz-Balart deja un legado que seguirá influyendo en la relación entre Washington y La Habana por mucho tiempo.