“No hay muertos, porque los muertos solo le duelen a quienes los pierden”, escribe, con amarga ironía, desmintiendo así las declaraciones del Ministro de Salud Pública, y las de las máximas autoridades del Partido Comunista de Cuba y el Gobierno en la provincia, recogidas como papagayo oficialista amaestrado por el Periódico Girón.
En la avalancha de testimonios hay diferencias de tono —desde la indignación frontal hasta la crítica propositiva—, pero converge un hilo conductor: el reclamo de acciones visibles y sostenidas que ataquen las causas inmediatas de la transmisión. La lista se repite: recogida diaria de desechos, control de salideros y fosas, fumigación intradomiciliaria sistemática, abatización, protección a escuelas y ancianos, y abastecimiento básico de medicamentos y diagnósticos.
La muerte de Adalberto Armas Hernández y de Eriel Mirabal Machado son dos historias distintas unidas por una misma tragedia: el tránsito en Cuba, convertido en amenaza latente para cualquiera. Cada choque abre no solo heridas en las víctimas directas, sino también grietas en la confianza de una sociedad que siente que puede perder a un ser querido en cualquier viaje corto.
Confirman que el conductor no se encontraba bajo los efectos del alcohol en el momento del siniestro ocurrido el fin de semana en Ciego de Ávila, conforme a los resultados de las pruebas médicas realizadas tras el accidente.
La lluvia de dinero en Detroit no solo cumplió un sueño personal. También dejó una pregunta flotando en el aire: ¿cuál es el verdadero valor de una herencia cuando se convierte en un gesto de generosidad colectiva?
Ambos sucesos han vuelto a encender el debate sobre el estado técnico de los vehículos que circulan en la isla y las condiciones de las carreteras cubanas, muchas de las cuales están en un estado deplorable.
La situación en estas provincias es un llamado a la acción. Cada día que pasa sin que se tomen medidas concretas significa que más personas podrían perder la vida en accidentes evitables. Mientras las autoridades sigan ignorando la gravedad del problema, la Carretera Central en Ciego de Ávila y Camagüey continuará siendo un tramo mortal que ilustra, de forma desgarradora, el precio de las prioridades equivocadas.