El fin de semana de Acción de Gracias marcó un nuevo envío humanitario desde Miami hacia el oriente de Cuba tras el paso del huracán Melissa. Catholic Charities coordinó un cuarto vuelo con 44 000 libras de alimentos y suministros básicos destinados a diócesis fuertemente afectadas, reafirmando un puente solidario que la Iglesia de Miami mantiene desde hace décadas.
Europa envía leche en polvo e insumos médicos a una Cuba colapsada, mientras Bruno Rodríguez agradece desde la distancia una ayuda que ni él mismo necesita y que revela la dependencia creciente del país.
Gairhan, de 40 años, creó en 2019 Buen Sabor Tours, una iniciativa que llevó a cientos de estadounidenses a conocer la gastronomía cubana bajo la licencia “Support for the Cuban People” de la OFAC, un mecanismo que permite viajar a la isla siempre que se apoye directamente a ciudadanos y emprendimientos privados.
Maite Rodríguez Agramonte intenta, desde hace casi dos años, recomponer el rastro de su hija en una ciudad que solo conoce por fotos y direcciones sueltas: Las Vegas. Su hija, la cubana Yenia Pérez Rodríguez, está desaparecida y la madre ha recurrido a todo lo que tiene a mano para encontrarla: conocidos, redes sociales, instituciones internacionales y la solidaridad de otros cubanos en Estados Unidos.
Nada de lo que pueda decir el oficialismo sobre cargamentos de ayuda logran borrar el contraste entre los anuncios y escenas como estas: una madre en Holguín pidiendo solo comida para cuatro niños, una anciana tirada sobre un amasijo que debería ser un colchón, comunidades enteras aún esperando algo tan básico como una cama y un techo seco.
Tras el azote del huracán Melissa por el oriente de Cuba, el país se mueve en dos planos que parecen no tocarse. En uno, la ONU anuncia un plan de 74,2 millones de dólares y aterriza en Santiago de Cuba con 4,375 lonas para hogares sin techo. En otro, madres como Yurisleidis Remedios se graban desde barrios de Santiago para denunciar que “nos estamos muriendo de hambre”, que las morgues “están colapsadas” y que, pese a las donaciones anunciadas, en sus neveras no hay nada y en sus cocinas solo queda leña.
El contraste se vuelve más áspero cuando se amplía el foco. La eliminación de USAID no solo cambió un organigrama; desactivó programas que durante décadas sostuvieron vacunaciones, controlaron brotes y financiaron redes comunitarias.
La pregunta seguirá ahí, incómoda, insistente: ¿Oxígeno o ayuda humanitaria? Quizás la respuesta no está en elegir una de las dos opciones, sino en desmontar la trampa que plantea. Cuando se trata de salvar vidas y reconstruir hogares, lo que importa no es quién sostiene la manguera de oxígeno, sino quién puede volver a respirar.
La gran lección de Melissa —y quizás la más dolorosa— es que la resiliencia cubana existe, pero no puede seguir siendo la única política pública que funcione. La ayuda internacional y los esfuerzos privados están parcheando huecos que deberían estar cubiertos por un sistema robusto de prevención y recuperación. La gente está salvando a la gente, como siempre. Y eso es admirable. Pero también es una señal de alarma.
Mientras continúan las tareas de rescate y la solidaridad ciudadana se organiza por múltiples vías, la prioridad debería ser localizar al protagonista —sin invadir su privacidad— para canalizar apoyos concretos: vivienda, enseres, alimentos, medicinas. La buena noticia, repetida por quienes conocen la zona, es que el hombre está vivo. Y la lección, para todos, es nítida: en medio del lodo y el rumor, la verdad también hay que rescatarla.
En el día después de Melissa, el canciller eligió la trinchera de siempre: agradecer al aliado, denunciar al adversario y convertir la emergencia en un nuevo capítulo del relato. De cara a las próximas semanas, la realidad —la que no entiende de consignas— medirá la eficacia de esa apuesta.
La isla, mientras tanto, trata de recomponerse con sus propias fuerzas. Defensa Civil movilizó evacuaciones masivas y brigadas de reparación eléctrica, pero el deterioro previo de la infraestructura complica una recuperación rápida. En un Caribe que intenta reponerse de un evento extremo, Melissa deja al descubierto no solo casas destruidas y puentes caídos, sino relaciones bilaterales rotas en el peor momento para miles de familias.
La familia de Brianna, todos profesionales de la salud, ha visto cómo su conocimiento médico no basta frente a la falta de insumos y tecnología. Durante años, han recurrido a la ayuda del exilio para conseguir desde sprays bucales hasta kits hidratantes que alivien el dolor. Ahora, gracias a la articulación de cubanos dentro y fuera del país, el sueño de una cirugía definitiva está a pocos pasos de cumplirse.