Miami-Dade tiene recursos, pero no milagros. Lo que muestran estas dos historias es que la violencia se sofistica y se disfraza: a veces viaja oculta bajo la carrocería de un sedán, a veces se esconde detrás de una puerta cerrada por fuera. El resto es trámite de juzgado y partes policiales; lo urgente sigue siendo que nadie tenga que vivir con miedo de quien conoce sus rutinas o de quien posee la llave de su cuarto.
Memeño tiene nombre, edad, historia y hambre. El post que lo visibiliza no resuelve el problema, pero lo pone en agenda. A partir de ahí, la pelota rebota entre vecinos, iglesias, colectivos, autoridades locales y quien pueda articular la ayuda real: techo, comida, tratamiento —si lo requiere— y, sobre todo, dignidad.