La muerte de Adalberto Armas Hernández y de Eriel Mirabal Machado son dos historias distintas unidas por una misma tragedia: el tránsito en Cuba, convertido en amenaza latente para cualquiera. Cada choque abre no solo heridas en las víctimas directas, sino también grietas en la confianza de una sociedad que siente que puede perder a un ser querido en cualquier viaje corto.