La paradoja de William Sosa —delogiado por salvar vidas al acusado por ejercitar la libertad de pensamiento— ilustra una regla amarga de la contemporaneidad cubana: no basta con ayudar al otro, al sistema le importa más que no critiques al poder. Y cuando se critica, aunque sea desde el análisis respetuoso, el sistema sospecha y actúa.
Hoy la familia de William Sosa no sabe cuánto tiempo estará detenido ni qué acusación formal le colgarán. Sí sabe, en cambio, que el “delito” ya está escrito en la conciencia de todos: pensar, analizar, escribir y compartirlo en Facebook. En la Cuba de 2025, eso basta para que un padre de familia desaparezca tras la puerta de una estación policial.
Las redes sociales han demostrado que el país no carece de ideas ni de capacidades, sino de voluntad y coordinación. Lo que se ha planteado desde la ciudadanía no requiere inventar nada nuevo: usar las plantas modulares de Holguín, reactivar Metuna y Alumec, movilizar Muebles Ludema, Dujo, Konfort y Renacer, redistribuir los colchones hoteleros, y comprar viviendas existentes con fondos sociales.
En resumen: sí, el dinero alcanza, pero solo si se elimina la burocracia, se articula la producción nacional y se evita el modelo de venta de materiales al damnificado. Los cálculos no son teóricos; son los mismos que la sociedad civil ha expuesto estos días en redes y foros técnicos. Con 74 millones bien gestionados, Cuba puede reconstruir todas las casas perdidas y devolver el descanso básico —una cama, un techo, un refrigerador funcionando— a quienes lo perdieron todo.