Anna Sofia quería saber por qué su línea había sido convertida en túnel. La respuesta fue un clásico de sobremesa: ninguna. No sabía - la que la atendió - que estaba pasando y, sutil, empática, le ofreció a la joven que dejara su teléfono para revisarlo. Como si el problema estuviera en la pantalla y no en el interruptor invisible donde se deciden las voces autorizadas.