Mientras Moscú calla y La Habana niega, los videos de prisioneros cubanos en el frente y los testimonios de familias que no saben dónde están sus hijos dibujan una historia difícil de desmentir: la de una diáspora empujada por la miseria y atrapada en una guerra ajena.
La escena tiene algo de crónica de época: una carretilla de cemento convertida en pasaporte emocional. En la Granada de las grúas, los cubanos —y otros muchos latinoamericanos— están dispuestos a empuñar la pala para levantar paredes ajenas. Y, con un punto de sorna, quizá también para levantar los cimientos de una vida que, por ahora, solo puede edificarse lejos. Porque si en casa faltan ladrillos, siempre quedará la mezcla… y la esperanza de, algún día, volver a construir lo propio.