Ambas desapariciones reflejan un fenómeno dolorosamente extendido: cubanos que se desvanecen entre la desidia institucional, el abandono y, en ocasiones, la violencia. Olegario Quesada desapareció en su propio país, en una capital donde nadie da razón; Yasser Tamayo, en tierras extranjeras, en medio de un contexto incierto. Dos historias que hoy convergen en un mismo reclamo: que la voz colectiva sirva de puente para traer de vuelta a los ausentes.