La expectativa ahora es doble: que las brigadas y donativos anunciados lleguen con prontitud y que la promesa de “atender a todos” se acompañe de decisiones operativas visibles, auditables y comprensibles para el barrio que aún seca la guata de su colchón al sol. Mientras tanto, el video sigue circulando y los comentarios se acumulan con una mezcla de rabia, decepción y propuestas muy concretas para resolver algo tan básico como el descanso de una familia.
Las redes sociales han demostrado que el país no carece de ideas ni de capacidades, sino de voluntad y coordinación. Lo que se ha planteado desde la ciudadanía no requiere inventar nada nuevo: usar las plantas modulares de Holguín, reactivar Metuna y Alumec, movilizar Muebles Ludema, Dujo, Konfort y Renacer, redistribuir los colchones hoteleros, y comprar viviendas existentes con fondos sociales.
En resumen: sí, el dinero alcanza, pero solo si se elimina la burocracia, se articula la producción nacional y se evita el modelo de venta de materiales al damnificado. Los cálculos no son teóricos; son los mismos que la sociedad civil ha expuesto estos días en redes y foros técnicos. Con 74 millones bien gestionados, Cuba puede reconstruir todas las casas perdidas y devolver el descanso básico —una cama, un techo, un refrigerador funcionando— a quienes lo perdieron todo.