El fin de semana de Acción de Gracias marcó un nuevo envío humanitario desde Miami hacia el oriente de Cuba tras el paso del huracán Melissa. Catholic Charities coordinó un cuarto vuelo con 44 000 libras de alimentos y suministros básicos destinados a diócesis fuertemente afectadas, reafirmando un puente solidario que la Iglesia de Miami mantiene desde hace décadas.
El mismo Estado que en Santiago de Cuba difundió falsas muertes por “alumbre” presume en La Habana de investigar penalmente a directivos de El Toque. Entre la desinformación en medio de una crisis de agua y la fabricación de enemigos mediáticos, queda al desnudo el verdadero rigor informativo oficialista.
Un desastre que no es solo económico, ni solo climático, ni solo sanitario, ni solo político, sino la suma de todos ellos sobre una población agotada, enferma, mal alimentada y sin horizonte claro dentro de su propio país. Lo que está en juego hoy no es la retórica de la “resistencia” ni la épica de las sanciones, sino la posibilidad misma de que esa sociedad siga funcionando sin romperse del todo.
Más allá de la cifra, lo que queda es la pregunta incómoda: ¿por qué una madre cubana tiene que esperar a hacerse viral, llorando en un parque con sus niños hambrientos, para que aparezca una red de ayuda que le ofrezca lo que el Estado no ha sido capaz de garantizarle? La colecta de más de tres millones de pesos habla de una solidaridad enorme, pero también de un vacío igual de grande.
A veces, lo único que sobrevive a un huracán es la capacidad de mirar alrededor y asumir que toca recomenzar. En oriente, recomenzar ya no es un acto extraordinario: es rutina. Una rutina demasiado parecida a un loop infinito, pero aun así, rutina. El país está cansado, pero no detenido. La vida, incluso en ruinas, insiste.
En un video reciente, grabado con la voz quebrada y aspecto visiblemente cansado, contó que tanto él como su esposa están enfermos de dengue y pidió a sus seguidores “que le den un chance”, que entiendan la ausencia temporal de directos, entregas y campañas de ayuda porque, literalmente, no tiene fuerzas para seguir al mismo ritmo.
No se trata de sacrificar el turismo sino de mover piezas con inteligencia. El Estado puede y debe sacrificar una parte acotada de su planta, priorizando lo ocioso y lo cerrado, combinando alojamiento temporal con la rotación de inventarios y la reconversión de inmuebles públicos. El beneficio social inmediato, el ahorro presupuestario y la reducción de daños sanitarios justifican con creces el desgaste adicional y el pequeño coste de oportunidad. Y si se hace con reglas, plazos y cuentas a la vista, ni el turismo se colapsa ni la gente sigue durmiendo en el suelo.
La figura de Díaz-Canel, que nunca llegó a despertar entusiasmo genuino, parece ahora el punto de convergencia del hartazgo. La torpeza de su respuesta a la anciana no es una anécdota, sino un símbolo: en la Cuba del 2025, el poder habla sin escuchar y pretende empatía con discursos mientras el pueblo exige hechos.
Nada de lo que pueda decir el oficialismo sobre cargamentos de ayuda logran borrar el contraste entre los anuncios y escenas como estas: una madre en Holguín pidiendo solo comida para cuatro niños, una anciana tirada sobre un amasijo que debería ser un colchón, comunidades enteras aún esperando algo tan básico como una cama y un techo seco.
Tras el azote del huracán Melissa por el oriente de Cuba, el país se mueve en dos planos que parecen no tocarse. En uno, la ONU anuncia un plan de 74,2 millones de dólares y aterriza en Santiago de Cuba con 4,375 lonas para hogares sin techo. En otro, madres como Yurisleidis Remedios se graban desde barrios de Santiago para denunciar que “nos estamos muriendo de hambre”, que las morgues “están colapsadas” y que, pese a las donaciones anunciadas, en sus neveras no hay nada y en sus cocinas solo queda leña.
El contraste se vuelve más áspero cuando se amplía el foco. La eliminación de USAID no solo cambió un organigrama; desactivó programas que durante décadas sostuvieron vacunaciones, controlaron brotes y financiaron redes comunitarias.