La denuncia, hecha pública por la activista cubana Irma Lidia Broek en Facebook, muestra lo que deberían ser alimentos de ayuda entregados a ancianos y familias afectadas, convertidos en una pasta hinchada, descompuesta, con ese brillo aceitoso que solo tienen las cosas que ya empezaron a despedirse de este mundo.
Más allá de la cifra, lo que queda es la pregunta incómoda: ¿por qué una madre cubana tiene que esperar a hacerse viral, llorando en un parque con sus niños hambrientos, para que aparezca una red de ayuda que le ofrezca lo que el Estado no ha sido capaz de garantizarle? La colecta de más de tres millones de pesos habla de una solidaridad enorme, pero también de un vacío igual de grande.
No se trata de sacrificar el turismo sino de mover piezas con inteligencia. El Estado puede y debe sacrificar una parte acotada de su planta, priorizando lo ocioso y lo cerrado, combinando alojamiento temporal con la rotación de inventarios y la reconversión de inmuebles públicos. El beneficio social inmediato, el ahorro presupuestario y la reducción de daños sanitarios justifican con creces el desgaste adicional y el pequeño coste de oportunidad. Y si se hace con reglas, plazos y cuentas a la vista, ni el turismo se colapsa ni la gente sigue durmiendo en el suelo.
Las redes sociales han demostrado que el país no carece de ideas ni de capacidades, sino de voluntad y coordinación. Lo que se ha planteado desde la ciudadanía no requiere inventar nada nuevo: usar las plantas modulares de Holguín, reactivar Metuna y Alumec, movilizar Muebles Ludema, Dujo, Konfort y Renacer, redistribuir los colchones hoteleros, y comprar viviendas existentes con fondos sociales.
En resumen: sí, el dinero alcanza, pero solo si se elimina la burocracia, se articula la producción nacional y se evita el modelo de venta de materiales al damnificado. Los cálculos no son teóricos; son los mismos que la sociedad civil ha expuesto estos días en redes y foros técnicos. Con 74 millones bien gestionados, Cuba puede reconstruir todas las casas perdidas y devolver el descanso básico —una cama, un techo, un refrigerador funcionando— a quienes lo perdieron todo.
En redes sociales, activistas y ciudadanos cuestionan que se venda a mitad de precio lo que, en su opinión, debería entregarse a costo cero a hogares que lo perdieron todo.
El mapa de daños que justifica la magnitud del pedido no necesita adornos. Granma, Santiago de Cuba, Holguín y Guantánamo concentran deslizamientos, derrumbes de viviendas, afectaciones masivas en redes eléctricas y cortes de rutas; los boletines de OCHA venían alertando desde finales de octubre que la fragilidad de la infraestructura y los servicios haría más prolongada la vulnerabilidad de hasta tres millones de personas si la reconexión eléctrica y de telecomunicaciones no avanzaba con rapidez.
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El silencio institucional pesa más que el concreto. El edificio está vacío, pero sus antiguos habitantes cargan con una pérdida mucho más profunda: la de la confianza, la paciencia… y la esperanza.