En la Ciénaga de Zapata, un pequeño equipo de científicos intenta salvar al manjuarí, un pez endémico que ya nadaba en tiempos de los dinosaurios. La especie está en peligro crítico por la pérdida de hábitat y la claria invasora, mientras un criadero artesanal busca repoblar el humedal.
El vecino de Fomento añade una arista sensible: “Yo quiero arreglar mi casa”. No pide una restauración integral financiada por el presupuesto; pide acceso legal a madera, tejas, clavos, pintura, y que la autoridad cultural acompañe —no obstaculice— una reparación básica que evite males mayores. Ese enfoque de “conservación habilitante” (permitir intervenciones seguras y reversibles para preservar habitabilidad) ha sido recomendado en múltiples contextos con economías restringidas, pero en Cuba choca con una burocracia que prioriza el control documental por encima de soluciones de urgencia.