En un país donde los hechos duelen pero el discurso oficial parece vivir en otra dimensión, el combate de los relatos se ha vuelto un ruido permanente. No es solo propaganda; es una disputa por nombrar la realidad. Y en Cuba, nombrar la realidad se ha convertido en un acto político.
A veces, lo único que sobrevive a un huracán es la capacidad de mirar alrededor y asumir que toca recomenzar. En oriente, recomenzar ya no es un acto extraordinario: es rutina. Una rutina demasiado parecida a un loop infinito, pero aun así, rutina. El país está cansado, pero no detenido. La vida, incluso en ruinas, insiste.