La trayectoria de Johnson no necesita demostraciones de vigor: lo que ahora pone a prueba es su margen como actor y el espacio que la industria concede a un ícono para mutar. Si el público permite esa mudanza —y los medios bajan el volumen del alarmismo— quizá descubramos que el “nuevo” The Rock no es menos potente, solo más humano. Y, por ende, más interesante.