El reencuentro en el aeropuerto es el punto de giro, no el final del cuento. Empieza entonces el trabajo silencioso: reconocerse de nuevo, construir rutinas, establecer límites, traducir cariños. Para los padres, es volver a “ganarse” a un hijo que ya no es el mismo de la despedida. Para los niños, entender que esa persona que vuelve a la casa no es una visita, sino la pieza que faltaba. Duele y, a la vez, sana.