Tras décadas de crisis, el debate sobre Cuba dejó de ser únicamente económico para convertirse en una cuestión moral. Se le pide a la población sostener un modelo que no genera prosperidad, con el embargo como coartada permanente, mientras se profundizan la pobreza y la migración masiva. El costo lo pagan generaciones enteras que viven entre apagones, colas y renuncias. La pregunta ya no es si el sistema es eficiente, sino si es ético seguir sacrificando vidas para mantener un experimento agotado que no ofrece futuro.